Decidir no es otra cosa que elegir entre dos o más opciones ante una situación concreta. En el momento que nos inclinamos por una de las alternativas posibles puede entenderse que renunciamos totalmente a las no elegidas. En este sentido y, dado que la Inteligencia está enfocada en apoyar la toma de decisiones correctas, el impacto de optar por la vía adecuada es innegable: el asesoramiento recibido en forma de inteligencia puede condicionar la decisión que se adopte.
Si hablamos con propiedad, podemos afirmar que inteligencia no sería nada en sí misma si no es entendida como un conocimiento orientado a apoyar la toma de decisiones de un usuario concreto, en unas circunstancias determinadas. Por ello, no sólo es fundamental conocer los procedimientos utilizados en la producción de inteligencia, si no también comprender el entorno actual de seguridad y los riesgos y amenazas a los que se enfrenta una sociedad en un momento determinado.
Pero además, es clave comprender cómo los ciclos de toma de decisiones y de producción de inteligencia se reducen cada vez más debido a la influencia que ejercen otros factores, como pueden ser: los avances tecnológicos, la formación y experiencia de los analistas de inteligencia y su relación con los responsables de la toma de decisiones, así como la influencia que ejercen en estos últimos los medios de comunicación y la opinión pública.