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REVISTA DE HISTORIA MILITAR 115

LA TECNOLOGÍA AL SERVICIO DE LA TÁCTICA: EVOLUCIÓN... 223 naran con profundidad sobre ella y propusieran soluciones para que pudiera rendir óptimamente en el combate. Alguno de ellos, como el francés Surirey de Saint Rémy (†1716), habla con minuciosidad de la artillería, de su orga-nización, materiales y municiones, pero dedica menos tiempo a las acciones campales. Aun así, Saint Rémy propone el movimiento de los cañones du-rante la batalla para adoptar mejores posiciones de tiro y aconseja tratar de batir con trayectorias oblicuas las líneas contrarias, en generalizado proceso de adelgazamiento4. Estas propuestas, ya fuera por la falta de movilidad del material o por los prejuicios del mando, quedarían relegadas a un futuro todavía lejano. Poco más nos aportan los mariscales de Puysegur (†1743) y Mauricio de Sajonia (†1750), apenas algunas meditaciones sobre los trenes de artillería y campamentos. En España, el marqués de Santa Cruz (†1732) discurre con mayor extensión sobre las posibles disposiciones de las baterías en el despliegue de un ejército, buscando también la enfilada de las tropas contrarias y convencido del poder material y psicológico de la artillería: «se debe notar que más horror causa el aspecto de cuatro hombres muertos de cañonazo, que el de ocho de fusil o bayoneta»5. Esta consideración, fruto de una experiencia de años de servicio e irrebatible incluso para aquellos que reflexionaban lejos del fragor del combate, no podía ser obviada por los generales, que no se arriesgaron a entablar una batalla campal sin tener a su disposición al menos parte de su artillería. Todos los estudiosos del tema se quejaban de la pesadez del material, de su lenta progresión por los malos caminos de la época, de su escasa efi-cacia… pero ningún oficial quería prescindir de los servicios de la artillería, por secundarios que estos fueran, a la hora de la lucha. Así, una proporción de un cañón por cada mil hombres se consideró idónea en tiempos de Luis XIV (†1715), aunque la relación fue aumentando con las continuas mejoras del material hasta llegar al mínimo aconsejable (pocas veces logrado) de cuatro cañones por mil hombres de las guerras napoleónicas. En el primer tercio del siglo XVIII había, pues, una necesidad imperio-sa de integrar más efectivamente la artillería en el combate y esta integración pasaba forzosamente por un aligeramiento de los materiales para hacerlos más manejables y que no constituyeran un impedimento o limitaran gravemente las operaciones militares. Esfuerzos en este sentido se habían experimentado a lo largo de la centuria anterior, donde holandeses y suecos llevaron la ini-ciativa. Tomando como modelo las reformas de Mauricio de Nassau (†1625) 4  Vid. SURIREY DE SAINT RÉMY, Pierre: Mémoires d’artillerie, T.1. Pierre Mortier. Ámsterdam, 1702, p. 280. 5  NAVIA, Álvaro (marqués de Santa Cruz de Marcenado): Reflexiones Militares, T.6. Mairesse. Turín, 1725, p. 36. Revista de Historia Militar, 115 (2014), pp. 219-250. ISSN: 0482-5748


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