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54 Revista del Instituto Español de Estudios Estratégicos Núm. 0 / 2012 ancianos de su aldea o a los de una aldea próxima. Pueden visitarlos en casa y arreglar allí sus asuntos, mejor que tener que acudir al Centro de Distrito cuya función, al menos en teoría, es la de hacer que el Gobierno de la República Islámica de Afganistán llegue a todas las aldeas y haga de la Administración algo próximo y accesible. La ma-yoría de la gente sostiene que aunque puedan acudir personalmente para realizar cual-quier gestión ante el Vice-Gobernador de Distrito, piensan que, salvo para la gestión de asuntos sin importancia como la obtención de documentos de identidad, resulta más apropiado hacerlo a través de los ancianos de la shura. Aunque hay algunos que se quejan de ello, dudan cuando se plantea la posibilidad de romper con este protocolo. El truco consiste en que, por estar confirmados y pagados por el Gobierno Central (y por sus autoridades), una vez que los ancianos son oficialmente confirmados en el cargo no resulta fácil cambiarlos, al menos para la población en general. Los funcio-narios del Gobierno tienen la última palabra en la selección de los miembros de la shura entre los del grupo inicial, contribuyendo con ello a generar un nivel más para el desarrollo de favoritismos y nepotismo. Resulta más fácil que un Gobernador, del Distrito o Provincial, cese a un anciano de lo que lo es para los aldeanos a los que se supone representan. Esto significa que los miembros de la shura responden en mayor medida, en última instancia, ante las autoridades locales del Gobierno que ante la po-blación. El diseño de alto nivel del programa estaba basado en la asunción de que sería más fácil para la gente apoyarse en el “tradicional” sistema de ancianos que aceptar un nuevo sistema basado en los comicios, siempre y cuando se asegurara la selección de gente honesta y responsable para representar a la población. Sin embargo, a pesar de la bondad de las intenciones de los diseñadores y aunque muchos ancianos eran indudablemente honestos y trabajaban para beneficio de sus comunidades, ahí estaba el caldo de cultivo para el abuso y la corrupción. Los ancianos son unos ladrones La primera vez que oí quejas sobre las shuras y el sistema de ancianos en los distritos, me sorprendió. Simplemente había preguntado cuántos ancianos tenía la aldea en la shura del distrito cuando la persona a quien entrevistaba me soltó una diatriba acu-sando a los ancianos de ser ladrones y de trabajar sólo en su propio beneficio, amonto-nando los fondos destinados a proyectos de desarrollo para la comunidad. Me quedé de piedra, aunque no sería la última vez que escuchara esos comentarios. Algunos se mostraban comprensivos con la mencionada corruptela diciendo que estos ancianos habían vivido siempre en una situación de guerra en la que habían tenido que luchar por cada pequeña ventaja para mantenerse a la cabeza. Por ello, resultaba razonable que hicieran todo lo que estuviera en sus manos para asegurarse que no les faltara de nada si la situación volviera a descontrolarse. Hubo quien consideró dicha práctica como algo común y nada sorprendente, más que exasperante. Como me dijo en una


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