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REVISTA HISTORIA MILITAR EXTRA II 2014

154 GERMÁN SEGURA GARCÍA plana de Urgel –donde precisamente estuvo estabilizado el frente entre 1707 y 1710– estuvieron en disposición de proporcionar suministros básicos a las tropas, en especial, a las borbónicas, más dependientes de la explotación local dado que los aliados solían abastecerse principalmente por mar. Un segundo factor a analizar es el humano. A inicios del siglo XVIII, se podría estimar la población española peninsular en 7,5 millones de habitantes, de los cuales unos 2 millones vivían en la región mediterránea, algo menos de 4 millones en el interior y la Andalucía atlántica, y el resto en la fachada noratlántica. Por territorios, la corona de Castilla aglutinaba en torno a 5,5 mi-llones de españoles y la de Aragón unos 1,5 millones (400.000 en Cataluña). La ciudad más poblada era Madrid, que rondaba los 140.000 habitantes y do-blaba el número de Sevilla y Granada. Valencia, Cádiz, Barcelona, Córdoba, Zaragoza y Málaga seguían en orden descendente con cifras que iban desde los 50.000 habitantes de la primera hasta los 30.000 de la última. Sin embar-go, la mayor parte de la población continuaba viviendo en la España rural, la cual constituía el verdadero corazón de la economía hispana8. Al iniciarse el conflicto sucesorio, las tropas de la Monarquía se encon-traban principalmente en Italia y Flandes. Desatado inicialmente el fuego de la guerra en estos territorios, Felipe V contaba en España con apenas 13.000 infantes y 5.000 caballos, por lo que resolvió levantar más tropas, además de ordenar la creación de otros 100 regimientos de milicias con una fuerza total de 50.000 hombres. Al abrirse el frente peninsular se tuvo que recurrir a la leva forzosa para completar las nuevas unidades militares que debían lu-char al lado de los contingentes extranjeros que se destinaron a España. Sin embargo, la calidad de las tropas españolas en la Península, en especial de la infantería, dejó mucho que desear en un primer momento. La reorganiza-ción del Ejército español era una tarea pendiente que empezó a abordar con energía Felipe V desde su acceso al trono. Así, en Flandes se decretaron en 1701-1702 unas ordenanzas que buscaban reactivar la disciplina al tiempo que se daba una nueva organización al ejército estacionado en aquellas tie-rras. En 1704, ya de forma general, se sustituye el nombre de tercio por el de regimiento como unidad de encuadramiento de una docena de compañías de infantería con una fuerza total de cerca de 650 hombres. Posteriormente se procede a la regularización de la uniformidad, a la desaparición del maestre de campo –remplazado por el coronel– y a la nueva denominación geográfi-ca de las unidades. También el archiduque Carlos trató de introducir la disci-plina, unidad y cohesión en sus tropas, decretando en 1706 unas ordenanzas con las que se propuso regir los ejércitos de la Monarquía española. 8  LYNCH, John: La España del siglo XVIII, Barcelona, Editorial Crítica, 1999, pág. 10 y ss. Revista de Historia Militar, II extraordinario de 2014, pp. 149-182. ISSN: 0482-5748


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