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REVISTA HISTORIA MILITAR EXTRA II 2014

EL EJÉRCITO EN EL MARCO INSTITUCIONAL DE LA NUEVA... 73 que la antigüedad era la circunstancia predominante a la hora de la provisión de empleos. A lo que hay que añadir la amplia capacidad de decisión y opinión que el sistema de propuestas permitía a los que intervenían en el proceso, dan-do pie a nepotismos, favoritismos y discriminaciones. Y no olvidemos que la palabra final en un ascenso la tenía el rey, sobre el que el ministro de la Guerra podía tener un cierto influjo: ambos intervendrían más directa y asiduamente cuando se trataba de proveer los empleos superiores, en lo que a veces actua-ban de forma correctora de abusos y errores, de ahí las frecuentes quejas que le dirigen los «perjudicados» o «postergados», aunque lo usual era que utili-zaran el Ejército para recompensar a servidores de alta alcurnia y contribuir así al ennoblecimiento de la oficialidad. Tal sistema de ascensos fue criticado tanto desde dentro del Ejército (porque no incentivaba el estudio ni el deseo de mejorar de los oficiales), como en los medios ilustrados, que deseaban mayor profesionalidad y eficacia en el Ejército. Por eso, no es raro encontrar algunos informes salidos de plumas militares (como el del duque de Montemar al rey en 1738, el ya citado de O’Reilly de 1766 o el del conde de Ricla de 1773 o 1774, los escritos de Manuel de Aguirre, el mejor exponente de la corriente ilustrada dentro del Ejército y los de Bernardo María de Calzada), que llegan, incluso, a tratar de acabar con el predominio de la antigüedad, mientras desde fuera del Ejército se levantan también voces en contra, como la de Macanaz. Muchos oficiales recibían el mando de una compañía sin haber pasado por los empleos anteriores, pues los ascensos se regían en gran medida por crite-rios o factores que no eran estrictamente profesionales, como se comprueba si comparamos los años que necesitaban para ascender a capitán los nobles y los no nobles. Por otro lado, a lo largo del siglo se puede estimar que en torno al 10% de los oficiales generales y mayores ingresaron directamente en el Ejér-cito por el empleo de capitán o superior, práctica que fue más usual con Felipe V. Tal ingreso resulta determinante en la carrera militar del interesado: más del 20% de los mandos de los regimientos y los grados de brigadieres los reciben oficiales que ingresaron de capitán y justamente en ese empleo radica la di-ferencia en el tiempo que tardan en llegar a oficiales generales los que entran directamente o los que han de recorrer los empleos anteriores. También era importante la edad de ingreso, establecida a los 18 años tanto para los soldados como para los cadetes, pero en el caso de estos últimos, las dispensas del rey y de los directores e inspectores de las armas fueron frecuentes admitiéndolos más jóvenes y ya en la segunda mitad del siglo se admiten como cadetes a hijos de oficiales que tenían 16 y 12 años, algo decisivo en su proyección posterior. Otra realidad manifiesta en la oficialidad es el alto porcentaje de solte-ros. Cuestión en la que se conecta la vigencia de los principios estamentales y los intereses de la Hacienda, razón por la que se controló la «calidad» so- Revista de Historia Militar, II extraordinario de 2014, pp. 55-86. ISSN: 0482-5748


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