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bueno presagiaban3: «… Me refiero –les decía– a la creciente falta de respeto
por la ley que invade el país; a la pujante disposición a que pasiones salvajes
y furiosas sustituyan el sobrio juicio de los tribunales, y las masas, peores que
salvajes, a los ministros ejecutivos de la justicia...4. Cuando a los hombres
se les mete hoy en la cabeza colgar a jugadores o quemar a asesinos,
deberían recordar que, en la confusión que acompaña por lo general a tales
transacciones, resulta tan probable que cuelguen o quemen a alguien que no
es un jugador ni un asesino como a quien lo sea, y que, actuando según el
ejemplo que dan, la masa de mañana, cuelgue o queme a alguno de ellos...5.
Que todo amante de la libertad... jure... no violar nunca, en ningún aspecto
las leyes del país, y no tolerar nunca su violación por parte de otros...6. Que
la reverencia por la ley sea susurrada por cada madre americana a la criatura
balbuciente en su regazo; que se enseñe en las escuelas, en los seminarios
y en las universidades; que se escriba en las cartillas, los abecedarios y los
almanaques; que se predique en los púlpitos, se proclame en las cámaras
legislativas y se haga cumplir en los tribunales y, en suma, que se convierta
en la religión política de la nación, y que el viejo y el joven, el rico y el pobre,
el adusto y el alegre, de cualquier sexo y lengua y color y condición realicen
sacrificios incesantes en sus altares...».
¿Estaría pensando Abraham Lincoln, el «honrado Abe» como era conocido entre
sus vecinos y compatriotas, en las mujeres y los hombres del siglo XXI?
En relación con el cómo, escuchemos, a su vez, a mi paisano, Jovellanos, en
una carta escrita a Alexander Jardine y fechada en Gijón el 21 de mayo de 1794
(cercana en el tiempo al Terror revolucionario francés, por tanto):
«… Los estudios eclesiásticos –le dice Jovellanos a Jardine– se han mejorado
mucho. Salamanca dentro de pocos años valdrá mucho más que ahora y,
aunque poco, vale ahora mucho más que hace veinte años. Dirá usted que
estos remedios son lentos. Así es, pero no hay otros; y si alguno, no estaré yo
por él. Lo he dicho ya: jamás concurriré a sacrificar la generación presente por
mejorar las futuras. Usted aprueba el espíritu de rebelión, yo no: lo desapruebo
abiertamente, y estoy muy lejos de creer que lleve consigo el sello del mérito.
Entendámonos. Alabo a los que tienen valor para decir la verdad, a los que se
sacrifican por ella: pero no a los que sacrifican otros seres inocentes a sus
opiniones, que por lo común no son más que sus deseos personales, buenos
o malos. Creo que una nación que se ilustra puede hacer grandes reformas
sin sangre y creo que para ilustrarse tampoco sea necesaria la rebelión…»7.
El Derecho así entendido es abarcador e inclusivo, pacificador y fecundo.
El Derecho, así entendido, representa en sí mismo un valor social de primera
magnitud, porque define un ámbito de diálogo civilizado, en cuyo interior cabe
toda discrepancia razonada, o sujeta al menos a un procedimiento formalizado,