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REVISTA HISTORIA MILITAR 119

30 ALBERTO BRU SÁNCHEZ-FORTÚN las vacaciones de verano lo sepultaron pronto en el olvido, pero el reformismo ministerial ─el de Luque y Echagüe, sobre todo─ no permitió que el problema de las recompensas y los ascensos de guerra desapareciera de la agenda parlamentaria de estos años. El reformismo militar: Luque y Echagüe No debemos perder de vista que este enconado debate, civil y militar, que encontramos en los primeros años de las campañas marroquíes, se debió en gran parte al fuerte impacto que el reformismo castrense produjo en el Ejército y en la sociedad. Fue el general Luque, siempre en gabinetes liberales, el primero en abordar la reforma de los mecanismos de concesión de ascensos de guerra, en parte para purificarlos de favoritismos y pequeñas corruptelas, pero sobre todo para centralizarlos en sus ministeriales manos, que sabrían garantizar la elección de los mejores y el relevo constante de una verdadera elite militar plena de capacidades. Esto, naturalmente, según su especial criterio, y ese personalismo no le ayudó a conseguir que sus reformas, que intentaban caminar por el tortuoso sendero de la modernidad, fueran aceptadas por el conjunto del cuerpo de oficiales, mayoritariamente partidario de la escala cerrada. En 1906 Luque dio a la Gaceta su primer intento de reforma militar. En cuanto a los ascensos, denunciaba en la exposición que se había caído “en la monótona y estéril antigüedad, que no permite arribar con alientos de juventud á los empleos superiores de la milicia”. De lo que se trataba, por tanto, era de “abrir de par en par las puerta al genio, al heroísmo, al talento y á la aplicación” para obtener mandos jóvenes e instruidos, es decir, de abrir las escalas, en definitiva. Para ello la base 5.ª establecía que en tiempo de paz la rigurosa antigüedad sin defectos era lo adecuado hasta el empleo de capitán inclusive; pero la 6.ª, que la obtención de los empleos de jefe (comandante, teniente coronel y coronel) seguiría un sistema mixto de antigüedad y elección, o lo que es lo mismo, se establecerían dos velocidades de ascenso, y solo los promocionados a través de la elección tendrían posibilidades de conformar la elite del ejército. La base 9.ª culminaba este sistema reservando el generalato exclusivamente a los que se hubieran acogido al sistema de elección. Las recompensas otorgadas durante los periodos bélicos se trataban en la base 11.ª. El ascenso por méritos de guerra se quedaba tal cual estaba; ni una palabra sobre los juicios de votación. Es más, si se abría una campaña con la suficiente importancia, el sistema de ascensos por antigüedad y elección podría suspenderse temporalmente para que todas las vacantes pudieran ser provistas por méritos de Revista de Historia Militar, 119 (2016), pp. 30-66. ISSN: 0482-5748


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