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REVISTA ESPAÑOLA DE DEFENSA 333

Daesh más allá de mosul Jesús A. Núñez Villaverde Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH) Por mucho que hasta Abu Baker al Bagdadi haya roto su silencio para arengar a sus conmilitones, y aunque nada evitará todavía el sufrimiento de miles de iraquíes, la suerte de Mosul está echada. El empuje combinado de una fuerza tan heterogénea como la compuesta por unidades iraquíes, policía federal, peshmergas kurdos, milicias chiíes encuadradas mayoritariamente en las Fuerzas de Movilización Popular (apoyadas por Irán) y hasta soldados turcos, sin olvidar el notorio apoyo estadounidense y británico —totalizando unos 45.000 efectivos—, garantiza que los alrededor de 7.000 combatientes de Daesh serán finalmente desalojados de la segunda ciudad iraquí. Pero sería iluso suponer que esa derrota conlleve por sí misma el desmantelamiento del delirante pseudocalifato instaurado en junio de 2014 y, mucho menos, la eliminación definitiva de la amenaza que Daesh representa. La pérdida de Mosul será, por supuesto, un serio revés para los yihadistas, pero, al margen de que la más elemental cautela recomienda no vender la pieza antes de cazarla, cabe recordar que en episodios anteriores Bagdad ha demostrado sobradamente su ineficiencia para garantizar la seguridad de sus ciudadanos y el control efectivo de su territorio. Sea como efecto del acusado sectarismo y corrupción de su sistema político, de las asignaturas pendientes que los kurdos tienen bien presentes o, aunque cueste reconocerlo a algunos, de la simpatía que un considerable sector de la población profesa hacia esos grupos yihadistas, el hecho es que Daesh, que todavía conservará por un tiempo importantes bolsas de resistencia como la de Hawiya, aún puede aspirar a dar la vuelta momentáneamente a una situación que hoy parece claramente decantada a favor de los atacantes. Además, Daesh todavía mantiene bajo su control buena parte de las provincias orientales de Siria, con Raqa como capital, junto a una activa presencia en la provincia de Alepo. Por mucho que Washington trata de acelerar los preparativos para lanzar una ofensiva similar a la Operación Conquista contra Mosul, las semanas pasan sin haber podido todavía aular las voluntades y capacidades necesarias para la tarea. Por una parte, y tal como acaba de reconocer el alto mando militar estadounidense, no ha sido posible instruir adecuadamente a más allá de unos 10.000 combatientes árabes, lo que determina que el grueso de las Fuerzas Democráticas Sirias, principal ariete para penetrar en Raqa, sigue siendo el contingente kurdo. Por otra, y dado que en ningún caso cabe contar con un despliegue masivo de fuerzas occidentales, el protagonismo kurdo en la toma de la ciudad crearía a buen seguro enormes problemas tanto para los habitantes de la ciudad (mayoritariamente árabes suníes) como para Turquía. A partir de ahí queda por ver si, mientras Daesh continúa a lo suyo, los instructores estadounidenses son capaces de «crear» de la nada más unidades árabes de combate —en una carrera contrarreloj que puede impedir el inicio inmediato de la ofensiva para multiplicar el efecto destructivo de la desarrollada actualmente contra Mosul—, o si finalmente Turquía se implica a fondo para asumir el papel principal, presentándose como el mejor defensor de los suníes y como el más serio candidato al liderazgo regional (lo que garantiza más tensiones con Irán, pero también con Arabia Saudí). Pero es que aún en el caso de que finalmente el pseudocalifato se desmorone manu militari —pronóstico nada aventurado tras lo ocurrido con otros delirios yihadistas semejantes en Nigeria, Malí o Somalia—, la amenaza que representa el terrorismo internacional seguirá existiendo por largo tiempo, y más aún si se sigue optando casi exclusivamente por el protagonismo de unos medios, los militares, que por definición no bastan para hacer frente a las causas estructurales que alimentan al monstruo. En buena medida la hipotética y muy improbable eliminación de Daesh nos retrotraería a 2014, momento en el que se acumulaban más de una veintena de años de existencia de Al Qaeda, una organización a la que hoy no se le presta la atención debida, como si el coyuntural protagonismo de Daesh —que, a fin de cuentas no es más que un hijo rebelde de la organización liderada hasta 2011 por Osama bin Laden y desde entonces por Ayman al Zawahiri— Berci Feher/EFE anulara al resto de grupos yihadistas activos. Por una parte, aun sin territorio propio, el auto denominado Estado Islámico, seguirá constituyendo una amenaza, tanto si nos referimos a su núcleo central, como a las franquicias que se han ido creando en diferentes puntos de la geografía árabo-musulmana, sin perder de vista a los llamados «lobos solitarios», foreign fighters y grupúsculos que se siente de un modo u otro inspirados por su sangrienta ideología. Incluso, como ya se ha comprobado anteriormente, cabe augurar un recrudecimiento de sus acciones violentas fuera de la región (incluyendo países occidentales), procurando demostrar así que sigue manteniendo su mortífera capacidad. Por otra, Al Qaeda, en su intento de volver a convertirse en el principal centro de referencia del yihadismo global, es bastante probable que también trate de forzar el ritmo de sus acciones violentas. Y lo hará tanto para volver a recabar atención mediática a nivel global como para volver a atraer a los radicalizados que sigan interesados en sumarse al yihadismo, engrosando así sus filas con nuevos terroristas, en detrimento de Daesh. 14 Revista Española de Defensa Noviembre 2016


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