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REVISTA ESPAÑOLA DE DEFENSA 333

h i s t o r i a muralla colindante, no desperdiciaban tiro. El desgaste del ejército inglés resultó aquí insoportable y, abandonando banderas, sus hombres hubieron de replegarse. Sin embargo, en la brecha abierta por la artillería, y después de dos horas de refriega, la resistencia local tocaba a su fin. Entonces, comandadas por María Pita, David Blázquez Banderas inglesa o de Drake (arriba) y de Portugal (abajo), ganadas por Bravo de Harce en la ofensiva española sobre la Contra Armada. las mujeres entraron en combate con picas y espadas y, sobre todo, arrojando una lluvia de pesados adoquines, también extraídos de la sillería de las casas, que, desde siete metros de altura, descalabraron a los invasores obligándoles a retirarse. Habiendo perdido 1.500 hombres y con varios miles de heridos, Drake zarpó rumbo a Lisboa, ahora sí, según lo previsto. Pero la Contra Armada, desflorada en Galicia, había perdido la moral y no lanzó un ataque frontal por mar como se había planificado. Norris desembarcó el grueso del ejército en Peniche, iniciando una penosa expedición terrestre de 70 kilómetros hasta las inmediaciones de la capital lusa; mientras Drake bajaba y esperaría en Cascaes con la flota para sincronizar sendos ataques naval y terrestre. ESTRATEGIA Y OFENSIVA ESPAÑOLA Felipe II no desguarneció Lisboa, sobre la que pesaba la amenaza del ataque naval, y mantuvo extramuros un número suficiente de compañías para hostigar al enemigo, cortar sus comunicaciones, desarrollar tácticas de tierra quemada y someterlo a un continuo desgaste. Así, pues, a la Contra Armada, le esperaba una fuerza de 5.000 hombres. El 31 de mayo se ordenó una gran encamisada —una acción de comando nocturna— contra el ejército inglés que le ocasionó centenares de bajas; y, el 3 de junio, el virrey de Portugal pasó a la ofensiva: lanzó sobre él —atrincherado extramuros de la ciudad— un ataque simultaneo por tres frentes con 1.100 soldados. La acción aplastó el regimiento del coronel Brett, muerto con sus capitanes. Al día siguiente, Norris intentó huir en secreto hacia Cascaes, pero fue descubierto y los españoles iniciaron su persecución por el río Tajo en galeras y por tierra. Entre las fuerzas terrestres hispanas, figuraban los hombres de Sancho Bravo de Harce —sobrino nieto del famoso doncel de Sigüenza, en Guadalajara—, quien ganó dos banderas en combate, custodiadas durante siglos la catedral seguntina. Al fin en Cascaes y refugiados al abrigo de su flota, los ingleses fueron cercados. Llegó entonces al sitio el Adelantado de Castilla Martín de Padilla con más galeras y seis brulotes —o barcos incendiarios— listos para lanzar a los ingleses. Drake, acuciado, ordenó zarpar sin esperar viento propicio. Padilla le siguió, alcanzó y atacó el 20 de junio frente al cabo Espichel, en la desembocadura del Tajo. La Contra Armada perdió otros siete barcos, sufrió daños en muchos más y se dispersó. Además, entre sus hambrientas tripulaciones se reprodujo la epidemia de peste padecida meses atrás, por lo que la gobernabilidad de las naves quedó comprometida y se desataron tensiones en la flota aún en pie para prestarse hombres. Decidieron entonces realizar una parada de emergencia en la ría de Vigo. Los ingleses saquean la comarca gallega, y David Blázquez la respuesta española no se hace esperar: 200 efectivos que son capturados, mueren ahorcados a la vista de Drake. La gran flota puesta en pie para acabar con el imperio español pierde nuevas naves y, finalmente, regresará dividida a Inglaterra. FRACASO CONSUMADO De los 180 buques que habían zarpado, volvieron 102 con muchos de sus hombres infectados por la peste sufrida en la mar y que propagaron al bajar a tierra. Por ello, se los prohibió viajar a Londres bajo pena de muerte. Siete de ellos fueron ahorcados tras desobedecer y ser capturados. De los 27.667 hombres que habían embarcado, sólo 3.722 sobrevivieron para reclamar sus pagas. Fuentes inglesas y españolas coinciden en tan abultadas cifras, que convierten esta expedición —cuyas pérdidas duplicaron las de la «bautizada» por el asesor de Isabel I Burghley como Armada Invencible— en la mayor catástrofe naval de la historia de Inglaterra. Este episodio, que ha permanecido oculto durante siglos tiene, paradójicamente, una transcendencia extraordinaria, pues permite explicar la pervivencia de Iberoamérica como hoy la conocemos. L 64 Revista Española de Defensa Noviembre 2016


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