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EJERCITO DE TIERRA NOVIEMBRE 2016

REVISTA EJÉRCITO • N. 908 NOVIEMBRE • 2016  109  SECCIONES FIJAS (Cantabria) en el seno de una familia noble de rancio abolengo. Era el segundo hijo del matrimonio formado por don Francisco Vélez Cachupín y doña María de la Quintana. Como otros muchos hijos «segundones» de origen noble que no heredaban la fortuna familiar, que correspondía al hijo mayor según establecía la institución del mayorazgo, Tomás (siendo todavía casi un adolescente) emigró al Nuevo Mundo, donde sentó plaza como cadete en el regimiento permanente de la Habana a principios de la década de 1740. No fue la riqueza o la condición de noble lo que Vélez Cachupín buscaba, sino más bien distinciones a través de geniales y perdurables obras que añadieran lustre a su ya famoso apellido familiar. En Cuba coincidió con Güemes y Horcasitas, conde de Revillagigedo (capitán general de la isla entre 1734 y 1746) y futuro virrey de Nueva España, con el que estaba emparentado no se sabe si de manera directa o a través de la esposa de aquel. Güemes había nacido en Reinosa (Cantabria) y es más que probable que conociera al cadete Cachupín, o por lo menos que conociera a su familia en Laredo y que esta le hiciera llegar alguna misiva pidiéndole que se interesara por la situación del joven Tomás. Al ser investido virrey, Revillagigedo llevó consigo a Vélez Cachupín, al que nombró oficial responsable de las caballerizas. En el palacio del virrey, Tomás comenzó a conocer los entresijos de la Administración colonial. Para cuando recibió el nombramiento como gobernador de Nuevo México, el 6 de abril de 1749, a pesar de su juventud, Vélez Cachupín había asimilado una gran cantidad de información sobre la legislación de ultramar española. En el tribunal de Ciudad de México pudo observar de cerca el funcionamiento de la justicia de la Corona en América. Por tanto, tuvo la oportunidad de estudiar las ordenanzas españolas aplicables al Nuevo Mundo en la biblioteca del virrey, incluyendo la Recopilación de las Leyes de Indias, las cuales citaría a veces casi literalmente en sus decretos como gobernador de Nuevo México. Pronto su actitud hacia los nativos, a los que se dirigía con deferencia y respeto y con quienes no le importaba reunirse en sus propios campamentos (al contrario que algunos de sus predecesores en el cargo, que ni siquiera se dignaban a hablar con los indígenas), le hizo merecedor de una reputación de guerrero valiente entre las diferentes tribus, de que atendía a los indios de manera justa y de que cumplía su palabra en los acuerdos de paz. Negoció tratados con los indios de las llanuras reuniéndose con ellos en sus tiendas tipi y considerándolos como iguales. Vélez Cachupín logró la paz con los apaches, los comanches y los utes, así como el cese virtual de sus incursiones sobre los asentamientos de los colonos y de los indios pueblos, aliados de los españoles, incursiones que amenazaban la existencia misma de la colonia. Estableció nuevos asientos compuestos principalmente por jenízaros2 y les hizo concesiones de tierras que dieron lugar a algunas de las comunidades más perdurables de Nuevo México. Fue un hombre inteligente cuyas disposiciones legales revelan una notable comprensión de las leyes españolas y de las costumbres de la provincia que tuvo que gobernar. Las decisiones de Vélez Cachupín exhibieron un sentido de la compasión y la justicia en defensa de los derechos de los indios y de otras minorías rara vez igualados, incluso cuando Nuevo México pasó a ser territorio de los Estados Unidos. Además, sus decretos e informes Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, primer conde de Revillagigedo


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