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REVISTA GENERAL DE MARINA JUN 2017

TEMAS GENERALES Desde el momento en que la dinastía de los Borbones, recién instaurada en España, se vio obligada a conceder a Inglaterra el «navío de registro», el problema de las relaciones comerciales entre España y sus colonias se planteaba en el terreno de la libertad. No obstante, en 1717, al trasladarse la Casa de Contratación de Sevilla a Cádiz, continuó preconizándose el sistema de monopolio. Los innovadores existían, y también los precedentes, e incluso las realidades autorizadas, como el caso de Canarias. Precisamente en 1718 se concedió al archipiélago un permiso para exportar, anualmente, mil toneladas con destino a siete puertos americanos. En abril de 1720 el Gobierno de Felipe V propuso a los comerciantes españoles un proyecto para navíos de registro y avisos, cuyas realizaciones inmediatas hallaron eco en el lejano estuario del río de la Plata. El monopolio colonial empezaba a quebrarse, en este caso por uno de sus polos: Lima. El sistema de registros continuó haciendo progresos, aunque muy lentamente. En 1733, en las famosas «Noticias secretas de América», informe elevado al marqués de la Ensenada por Antonio de Ulloa y Jorge Juan, se afirmaba que la única manera de evitar el comercio ilícito era tener abastecidos los mercados americanos con géneros baratos mediante la supresión de monopolios y flotas. Desde luego, existía el problema amenazante de los géneros de seda asiáticos, que llegaban con una calidad y baratura fuera de toda competencia. Con ellos se obtenían fácilmente ganancias del cien por uno. Este informe fue madurándose. Hubo un decenio de vacilaciones —1740, supresión del sistema de flotas y galeones; 1754, restablecimiento para Nueva España— que prueban la resistencia de los organismos beneficiados por el monopolio a ceder cualquier punto. Sin embargo, frustrado un proyecto de 1748 para rehabilitar algunos puertos para el comercio americano, se decidió generalizar el sistema de buques sueltos. En 1754 se promulgaba la disposición que abría el Océano Pacífico a los buques españoles que navegasen por el estrecho de Magallanes o el cabo de Hornos. Por aquella fecha el monopolio gaditano se hundía ante el arrollador éxito financiero y colonial de la Compañía de Caracas. El comercio libre, con la sola formalidad del registro de Cádiz, había revivificado una colonia. Era la victoria del cacao, a la que seguirían poco después la del aguardiente y del azúcar. En agosto de 1756 se decretó la libre exportación de vinos y aguardientes españoles, con exención de todos los derechos si eran transportados bajo pabellón nacional. Gran parte de este comercio debía canalizarse hacia América, que respondería con la fabulosa expansión azucarera de Cuba. El azúcar imprimió una agilidad notable al anquilosado sistema monopolístico de los Austrias, de tal manera que este no pudo resistirlo. En 1765 dejaba paso a una extensa prueba de libertad comercial. Efectivamente, por un real decreto se puso fin a la política de puerto único y se autorizó que despacharan navíos desde nueve puertos generales: Santander, Gijón, La Coruña, Sevilla, Cádiz, Málaga, Cartagena, Alicante y Barcelona, y cinco islas americanas: Cuba, 2017 867


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