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EJERCITO DE TIERRA ESPAÑOL 916

y para ello quiere que se reconozca internacionalmente que Corea del Norte es un Estado nuclear, quiere mantener una capacidad de disuasión nuclear, reforzar el control militar de las comunicaciones y de las fronteras y conseguir el simultáneo desarrollo de su economía. Lo cierto es que Kim Jong-un tiene varias buenas razones para seguir realizando ensayos nucleares y pocos incentivos para dejar de hacerlo. El programa nuclear le puede servir a uno de los países más aislados y pobres del mundo, un país que carece de valor estratégico, para frenar cualquier intento de desestabilización del régimen, chantajear a la comunidad internacional a cambio de apoyo económico, aunque ello haya provocado que las relaciones con China, su máximo valedor, hayan sufrido un gran deterioro en los años de mandato de Kim Jong-un. China es el único país que puede ejercer presión sobre Corea del Norte, al ser su principal suministrador de alimentos y de petróleo, pero si restringe o niega las exportaciones de petróleo el régimen podría colapsar, convertirse en un Estado fallido, y tendrían que acoger a millones de refugiados que buscarían asilo en China. Además, una vez desaparecido el colchón norcoreano, las Fuerzas Armadas estadounidenses desplegadas en Corea del Sur quedarían a sus puertas. También le sirve en el interior para que el programa nuclear, considerado garante de la supervivencia del país, sea identificado como el logro más importante del mandato de Kim Jong-un, lo que consolidaría su liderazgo y le haría destacar sobre sus antecesores, su abuelo Kim Il-sung y su padre Kim Jong-il. Además, lo utiliza para que la población se olvide de las ejecuciones por motivos políticos, de la precariedad económica, de la falta de alimentos y la hambruna, y del escaso bienestar. Empero, para la paz y la seguridad de la zona de Asia-Pacífico en particular, y para la seguridad mundial en general, la creciente amenaza que supone Corea del Norte es más grave que nunca y con cada nuevo ensayo nuclear empeora. No se ha logrado encontrar una solución efectiva y ahora resulta mucho más complicado hallarla. Por enésima vez, ante el firme avance en su programa nuclear y en el desarrollo de sus misiles, la cuestión de qué hacer con Corea del 16  REVISTA EJÉRCITO • N. 916 JULIO/AGOSTO • 2017 Norte permanece irresuelta. Confiar en que el régimen llegue a colapsar es mostrarse demasiado optimista porque a China no le interesa. La imposición de sanciones no ha surtido efecto porque el régimen norcoreano las elude a través de la extensa y compleja red de tráfico ilegal que tiene establecida. Un duro embargo, mediante el cual se bloquearan todos los puertos de Corea del Norte y se paralizaran sus finanzas, llevaría a una confrontación que podría dar paso a una guerra. La opción de usar la fuerza es muy arriesgada porque, en caso de conflicto, Pyongyang perdería, pero solo después de que Seúl hubiera quedado arrasada. Tampoco ha funcionado la denominada «paciencia estratégica » de Obama (a la que algunos irónicamente se refieren como «paciencia, sin estrategia»), que consiste en no sobreactuar cada vez que realizan un nuevo ensayo nuclear o que prueban un misil más avanzado, pero sin proponer ninguna iniciativa más allá de continuar con las sanciones y desplegar el sistema defensivo antimisiles en Corea del Sur. Insistir en que Corea del Norte tiene que destruir su arsenal nuclear antes de comenzar a negociar es pedir lo imposible y solo sirve para bloquear el que se puedan iniciar negociaciones. Kim Jong-un no va a destruir sus bombas nucleares porque son su única baza para ser alguien en el mundo y para asegurar la supervivencia de su régimen, que es lo esencial para él. En definitiva, seguir con el ritual de pruebas, sanciones, más pruebas, más sanciones..., no resuelve nada. Es necesario dejar de adoptar respuestas tácticas ad hoc y pasar a formular una estrategia a largo plazo que consiga parar esta amenaza, ya que a corto y medio plazo no parece factible. Ha llegado el momento de elegir entre seguir con una política de incremento de sanciones, que hasta ahora se ha mostrado inútil para detener el programa nuclear, para que el régimen colapse y para que vuelvan a la mesa de negociaciones, o buscar otras alternativas. Hasta ahora solo ha funcionado el acuerdo alcanzado en 1994, que frenó durante diez años el programa nuclear norcoreano y que ha retrasado indiscutiblemente su desarrollo. Por ello, el único objetivo realista en este momento es conseguir detener el programa nuclear y de misiles, y la solución pasa por restablecer


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