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RGM DICIEMBRE 2017

PAÑOL DEL ESPAÑOL una vez contestadas, hay que estar convencido de que merece la pena enfrentarse al «síndrome de la hoja en blanco». Para asegurarse, lo mejor es consultar a algún compañero de confianza, de esos que no tienen pelos en la lengua a la hora de decirte la verdad. si él confirma que el tema puede interesar, entonces aparece la segunda dificultad, que se concreta en lo que quizás sea más difícil: escribir en esa hoja en blanco. y para ello hay que plantearse, primero, lo siguiente: «¿cómo organizo las ideas?». El síndrome del albañil Pues bien, intentando contestar a la pregunta anterior es cuando podemos caer en la tentación de lanzar un ladrillazo al paciente lector: ese incauto que nos honra leyendo nuestras líneas, experimentando de esta manera las consecuencias del síndrome del albañil al que ya me referí varias veces, de soslayo, en estas páginas del Pañol del español. Lo aclaro a continuación. El síndrome del albañil se manifiesta cuando uno se imagina al que escribe portando un gran ladrillo en las manos, envuelto, eso sí, en las hojas del artículo que se pretende publicar. De esta guisa, lo arroja, inmisericorde, a cualquier lector que, por desgracia, esté a distancia de tiro. y, como el ladrillo es una materia prima muy usada por los albañiles, me ha parecido apropiado llamarle síndrome del albañil a lo que sin duda todos conocemos como un «ladrillazo». No es fácil vacunarse contra él. Es más, humildemente afirmo haber leído obras de escritores importantes que están infestadas con algún que otro ladrillazo. Lean cómo comienza don Gonzalo Torrente ballester un artículo publicado en El País el 23 de abril de 1987. «Esta historia la conté de una manera rápida y razonablemente breve en las páginas de un libro ya bastante olvidado, una de esas ediciones que no se agotan jamás, ni se recuerdan. si la reitero aquí se debe a que los años pasados desde entonces la han precisado en la memoria (que funciona mejor cuanto más viejo); han hecho resurgir nimiedades Gonzalo Torrente ballester. (Foto: www.wikipedia.org). que la completan, matices que la perfeccionan, no como invención ficticia, sino como recuerdo de un acontecimiento que, como tantos otros de mi infancia, agranda su sentido y retorna, insistente, en la conciencia. ¡si al menos fuese importante! Pero enseguida se verán sus dimensiones baladíes: uno de esos episodios que quizá no valga la pena contar, sobre todo si se le considera como acontecimiento mínimo, como imprevista bagatela que cuesta trabajo creer que forma parte de un hecho de tanta magnitud como la guerra que se peleaba entonces: en cuyo decurso no influyó, en cuya inmensidad de dolor no fue más que un soplo de aire fresco, y, si puede decirse, inocente. En todo caso, forma parte de esa cadena de sucesos igualmente mínimos, muchos de ellos olvidados, en cuya maraña hunde sus raíces mi persona...» He cortado el párrafo porque continúa un montón de líneas más, sin punto y aparte. Es 972 Diciembre


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