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RGM MAYO 2018

RUMBO A LA VIDA MARINA peces anádromos poseen un prodigioso sentido del olfato capaz de detectar una sola gota de agua de río en la inmensidad del océano. ¡Casi nada! Pero tal milagroso recurso, del que se valdrán los salmones adultos para regresar a casa (y puede que las larvas de las anguilas), que podría sonar a ciencia ficción, está muy bien estudiado por el doctor A. D. Hasler y colaboradores, quienes describen pormenorizadamente cómo los pintos o jóvenes salmones van fijando en su cerebro olores peculiares de la vegetación ribereña de sus ríos natales, cómo van incorporando a su memoria los distintos sabores de los tramos del río donde nacieron. Esta facultad, aunque roce la taumaturgia, no debe sorprendernos si recordamos que se ha demostrado experimentalmente que ciertos tiburones detectan una sola gota de sangre a varias millas de distancia. Conclusión: que con respecto a lo que pueden dar de sí los sentidos de estos admirables peces viajeros estamos aún en pelotas bravas. Creedme. De todo cuanto hemos escrito hasta aquí es fácil llegar a la conclusión de que, aparentemente, la vida del pez de río fisiológicamente es más fácil que la del pez marino, lo que nos lleva a recordar que este último procede, evolutivamente, y según dicen los sabios, de un prototipo de agua dulce que al trasladarse a la salada tuvo que pagar el precio de complicarse la existencia. Dicho de otra manera: nosotros creemos que todos los peces, en virtud de lo dicho, llevan impresa en sus genes la impronta del agua dulce y eso nos invita a suponer que los planes de viaje que siguen anádromos y catádromos son un intento intencionado y puede que sentimental —permitidme que divague un poco— de recuperar las aguas dulces familiares que para ellos serían la antesala que anticiparía el nuevo mundo de una apetecible tierra firme, algo así como si les faltase aprobar la más importante asignatura pendiente de su vida. Os contaré otra batallita: todos hemos visto peces en los cauces de agua dulce, pero el coronel que suscribe ha podido ver algo más, y en alguna tarde lluviosa de Galicia, se ha encontrado anguilas de río reptando por la hierba, lejos del agua, buscando, seguramente, otro nuevo cauce al que trasladarse, a través de lo seco, probablemente porque el que habían abandonado se había quedado sin agua o se había hecho inhabitable por la razón que fuere. Y el hecho de encontrarnos esta anguila andariega, que rompe esquemas —y que no es que hayamos visto un burro volando, pero casi—, nos lleva a la reflexión de que tal pez está escenificando ante nuestros ojos la historia real del primer vertebrado que abandonó el agua y se aventuró en la tierra firme, el pez Crosopterigio, del género Eusthenopteron de marras, que lo mismo que la anguila se pasó al agua dulce y tuvo que optar por adaptarse al mundo del secano o dejarse morir. Y ante ese trágico dilema Eusthenopteron decidió prolongar su vida vistiéndose de anfibio y, tras él, completar el resto de la historia, nuestra historia, que ya conocéis. Bueno, pues si la anguila es nuestra candidata a mejor actriz en la película del desembarco marino, veamos por qué. Y si os quedáis con la boca abierta de asombro, lo comprenderemos. Y para no liarnos más de la cuenta desarro- 676 Mayo


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