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EJERCITO TIERRA 928

El conocido dibujante de la época, Martín Rivera, muestra la forma de cómo nuestros aviadores abastecían desde el aire a las posiciones sitiadas 9 día de autos vio que el teniente Salgado, con su aparato, volaba a pocos metros de las trincheras enemigas, haciendo alarde de un valor temerario hasta que víctima (?) de su arrojo fue muerto (…) considerando el hecho que realizó heroico y meritorio, no pudiendo (sic) citar el artículo del Reglamento por carecer del mismo en su residencia (¡!)». Testigo nulo, insostenible por su pasividad consciente. Los testigos periféricos fueron doce: el 34,78%. Los siguientes: general Emilio Fernández Pérez, tenientes coroneles Alfredo Kindelán y Sebastián Pozas Perea; capitanes Atilano Cerezos Abad, Joaquín Isasi de Isasmendi y Aróstegui, Ramón Rodríguez Arando, José María Troncoso (piloto), Rafael Llorente (piloto); Arturo González Gil (piloto); tenientes Luis Noriega González (Tercio), Luis Ruano Beltrán y suboficial Luis Hortelano . Modélica fue la actitud de Fernández Pérez: alejado del foco de la batalla, captó la trascendencia del apoyo aéreo, por lo que reclamó la presencia de Salcedo para que «le diera cuenta» de lo ocurrido al avión derribado, a cuyos tripulantes tantos alababan. Salcedo fue tan expresivo como para que Fernández Pérez considerase a Salgado digno de la Laureada y precisó los casos: «1º y 5º del Art. 58». El aquelarre paradójico acechaba. Salcedo se desautorizó a sí mismo al razonar: «situado a tres km de Tifaruin, vio venir un avión que acababa de bombardear y ametrallar, bizarramente (sic), las posiciones enemigas, apreciando que los aviadores cooperaban al avance de las tropas con un espíritu y arrojo sin igual, hasta el extremo de pasar sobre él a 40 metros de altura —ilógico al corresponder a un edificio de 14 plantas—; observando que se le paraba el motor, bajando con rapidez (sic) hasta caer en una barrancada. Como solo presenció lo expuesto (¡!), aunque la actuación de los tenientes Salgado y Vilas fue brillante, bizarra y arriesgada, no tiene datos suficientes (¡!) para afirmar y menos negar, que el teniente Salgado se encuentre comprendido dentro del Reglamento». El general Salcedo (ya ascendido) se hallaba en estado de indefinición irreversible. De los doce declarantes, siete votaron a favor. Dos de estos, capitanes pilotos Rafael Llorente y José Mª Troncoso, mostraron su rechazo hacia un Reglamento «incompleto» por lo injusto ante el sacrificio consumado y el triunfo alcanzado. Abad Cerezos se abstuvo. Y Pozas Perea también, con argumentación hueca: «Salgado, al que conocía, volando tan bajo sobre el enemigo, perdió gloriosamente la vida y cree pudiera tener derecho a la Cruz de San Fernando, pero no puede precisarlo al haber operado en distinto lugar (¡!)». Rodríguez Arando, Ruano y Hortelano dijeron «no saber nada de la actuación de Salgado». Votos nulos por fútiles reparos e insinceridades mal disimuladas. De las declaraciones troncales sobresalen catorce concordancias positivas: comandante Ortiz de Zárate


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