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vuelto sencillamente desesperada para ellos: el Imperio austrohúngaro había comenzado a derrumbarse desde sus cimientos mientras búlgaros y otomanos, temiendo ser completamente invadidos, habían optado por rendirse confiando en la compasión de los vencedores. Y aún más: su propio Káiser Guillermo II se había visto obligado a abdicar y buscar refugio en los Países Bajos mientras una recién nacida República alemana debía hacer frente a un conato revolucionario de inspiración bolchevique que nadie sabía cómo podía terminar. En todo caso, consciente de la dureza de las cláusulas presentadas por los aliados, así como de que habría de ser el joven gobierno alemán el que cargase con el sambenito de ser el firmante de tan ignominioso armisticio, el Presidente Friedrich Ebert se negó a aceptar el humillante papel del que ha sido completamente derrotado. Muy al contrario, al recibir a las tropas recién llegadas del frente les dedicó las siguientes palabras: «Compatriotas, bienvenidos a la República de Alemania, bienvenidos a la patria, que tanto os ha echado de menos… Os recibimos con entusiasmo … El enemigo no ha podido con vosotros. Solo al constatar la aplastante superioridad en efectivos y armamento del adversario, renunciamos a seguir combatiendo … Habéis impedido que los enemigos invadiesen nuestra patria». Mensaje que si bien no caló entre amplios sectores de la población alemana, —entre los que comenzó a extenderse en cambio la teoría de la puñalada por la espalda, según la cual su nación no había sido derrotada en el frente, sino que había sido traicionada en su retaguardia por una masa heterogénea de bolcheviques, judíos y políticos como, precisamente, 50  /  Revista Ejército nº 931 • noviembre 2018 el propio Friedrich Ebert—, sin embargo, el mensaje fue visto por los aliados como una prueba más de la pervivencia del espíritu militarista prusiano. Pero si el miedo a una nueva guerra sumado a los intereses de las potencias de la Entente y del sector económico y financiero norteamericano Firma del Tratado de Versalles complicaban mucho la consecución de una paz definitiva que se ajustase, lo más posible, a los catorce puntos de Wilson, una serie de factores con los que nadie había contado hasta entonces vinieron a influir también en el resultado final. Entre ellos, el nacimiento de nuevas naciones aún antes de que ningún tratado de paz definitivo les diese carta de naturaleza, como el caso de Polonia o Checoslovaquia, o como los conflictos fronterizos que provocaron estas nuevas naciones con otras a las que la Entente les había prometido amplios territorios a cambio de su participación en la guerra, como Italia, que vio como muchas de las regiones, islas y ciudades que deseaba ocupar, ahora formaban parte del nuevo Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos (Yugoslavia) en que se había convertido su antigua aliada Serbia. Todo ello sin olvidar la intensa conflictividad que sacudió prácticamente toda Europa central, ya que mientras en Hungría se desataba una guerra civil, los alemanes habían de hacer frente a inauditas cotas de violencia política.


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