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51 Así, cuando en mayo de 1919 se entregó a las autoridades alemanas las condiciones del tratado que estaba destinado a poner fin definitivamente a la Gran Guerra, éstas casi no podían dar crédito a lo que se les exigía. A la ya temida renuncia a Alsacia y Lorena y todas sus colonias (entre ellas las actuales Tanzania, Camerún, Namibia o Togo) se había sumado además la de parte de sus territorios orientales en favor de Polonia o Lituania, mientras otras regiones alemanas quedaban aún pendientes del resultado de futuros plebiscitos. «A la entrega de todo su armamento y flota de guerra, a la par que se les imposibilitaba a contar con unas fuerzas aéreas, se unía el impedimento legal de tener un servicio militar obligatorio o se les prohibía fabricar material bélico» La entrega de todo su armamento y flota de guerra, a la par que se les imposibilitaba a contar con unas fuerzas aéreas, se unía el impedimento legal de tener un servicio militar obligatorio o se les prohibía fabricar material bélico. En cuanto al monto total de las reparaciones de guerra, quedaba al arbitrio de una futura comisión a designar pero ya desde ese momento se les exigía también la entrega de parte de su flota comercial, de su producción de carbón y de acero, de sus cables telegráficos y telefónicos y transmisores de radio, junto con la expropiación de todas las propiedades privadas en sus antiguas colonias. Exigencias que llevarían al portavoz del opositor Partido Nacional Popular Alemán Arthur Graf von Posadowsky-Wehner a exigir en ese momento —y por tanto muchos años antes de que Hitler alcanzase el poder— un coraje definitivo para negarse a firmar el tratado con el fin de «no condenar a vivir en la miseria a varias generaciones futuras de alemanes». Pero por si con esto no era bastante, el entonces tristemente célebre artículo 231 imponía que: «Los gobiernos aliados y asociados declaran, y Alemania reconoce, que Alemania y sus aliados son responsables, por haberlos causado, de todos los daños y pérdidas infligidos a los gobiernos aliados y asociados y sus súbditos a consecuencia de la guerra que les fue impuesta por la agresión de Alemania y sus aliados». Es decir, que toda demanda a Alemania quedaba moralmente justificada pues era la responsable de la guerra, cuando realmente eran pocos los gobiernos que podían sacar pecho por haber tratado de imponer la cordura tras el asesinato de Sarajevo. «El tristemente célebre artículo 231 justificaba moralmente toda demanda a Alemania, pues la hacia responsable de la guerra» Sin embargo, al comandante supremo aliado, general francés Ferdinand Foch, le pareció un tratado indulgente, preconizando que aquello no era «un tratado de paz, sino un armisticio de veinte años». Por el contrario también hubo quién vio una arriesgada dureza en sus artículos, como el economista John Maynard Keynes, presente en las negociaciones de este tratado como parte de la delegación británica: «Si lo que nos proponemos es que, por lo menos durante una generación Alemania no pueda adquirir siquiera una mediana prosperidad ... entonces rechacemos todas las proposiciones generosas, y particularmente las que puedan ayudar a Alemania a recuperar una parte de su antigua prosperidad material ... Si nosotros aspiramos deliberadamente al empobrecimiento de la Europa central, la venganza, no dudo en predecirlo, no tardará». Pero para la joven República alemana, Versalles solo fue el primero de una larga serie de obstáculos a los que hubo de hacer frente en los siguientes años. De hecho, el siguiente no se haría esperar mucho más tiempo, el 5 de mayo de 1921 la Comisión de Reparaciones hizo público el monto final de las compensaciones que habría de afrontar su gobierno: la asombrosa cifra de 132 000 millones de marcos oro. Si bien historiadores actuales como Richard J. Evans afirman que no era irracional pues se correspondía con los recursos de que disponía el país, esta suma supuso la puntilla a un modelo de crecimiento económico basado en una moneda que al final de la guerra había perdido una tercera parte de su valor respecto a 1913. A corto plazo esto había provocado un aumento de sus exportaciones, lo que además había permitido a los empresarios satisfacer las demandas de aumentos de sueldo de sus obreros. Sin embargo, a largo plazo, emitir todo el papel moneda que se considerase necesario provocó una hiperinflación que llevó a millones de familias alemanas a la ruina en cuestión de semanas. La situación se agravaría aún más cuando en enero 1923 tropas francesas y belgas ocupasen el Ruhr para presionar al gobierno alemán en sus pagos. Lejos de someterse, la respuesta de éste, —interrumpiendo cualquier tipo de cooperación mientras incitaba a la resistencia pasiva de obreros y empresarios... a costa


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