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Revista_Ejercito_934

55 esperen, que quieran ganar, soldados que tengan miedo y no que no les importe ni la vida ni la muerte. Los delirios no me sirven. Que ninguna promoción de Saint Cyr lleve el nombre de una derrota, aunque sea gloriosa como la de Dien Bien Fú». A sus órdenes, unos oficiales que han aprendido a tener esa fe en su jefe al verlo pasar las mismas penalidades que ellos en la batalla, en el cautiverio, en las horas de instrucción. Tres capitanes destacan por encima del resto: Philippe Esclavier, el soldado, heredero natural de Raspéguy, quien proclama que «no hay nada mejor que ser oficial de paracaidistas»; Jacques de Glatigny, «diplomado de Estado Mayor y ladrón de plátanos», que se cree oficial por derecho divino, y Julien Boisfeuras, el irregular, el heterodoxo, el que hace lo que nadie quiere hacer…, pero hay que hacer. Glatigny5 es la aristocracia del ejército francés, descendiente de una saga a la que pertenecieron —sin solución de continuidad— los cruzados, los mosqueteros del rey, los mariscales de Napoleón y los jefes de Estado Mayor del Marne. Le repugna la guerra revolucionaria, pero no solo sabrá arrostrarla, sino que aprenderá a hacerla incluso a costa de su propia conciencia. Cuando vuelve a la metrópoli, continuará desenvolviéndose entre las altas esferas, pero ya nunca será del todo un miembro de esa élite, aunque tampoco lo haya llegado a ser de la tribu de los nuevos soldados. Su presencia, empero, engarza un ejército naciente con la milicia tradicional, so pena de caer en el desarraigo. En París, ni su mujer lo reconoce al volver de Vietnam: «—¿Qué necesidad tenías de lanzarte en paracaídas sobre Dien Bien Fú?... Bebes mucho —le reprocha—. Si esto continúa, tus suboficiales y tus soldados invadirán mi salón. —Claro que me gustaría, querida, pero fíjate, todos están muertos». El capitán Boisfeuras es el enigma, el jugador de las cartas marcadas. Mestizo, conoce Indochina, país al que ama, como la palma de la mano; conoce sus costumbres, sus tradiciones, su comida, a su gente… Y no dudará en aplicar los más brutales métodos de los viets en la casbah porque no tiene escrúpulos… o, de tenerlos, se los guarda para sí: «Los tiempos del heroísmo han muerto… Los nuevos ejércitos ya no tendrán penachos ni música. Ante todo, tendrán que ser eficaces. Es lo que vamos a aprender aquí, en el campo número 1… y por eso no me quiero evadir». A pesar de todo, es un hombre que enamora a las mujeres, al lector y, más difícil, a los hombres: a sus soldados y compañeros. De creer al autor, fue el único personaje que inventó para la novela, pero muchos militares de la época dijeron sentirse identificados con él. Esclavier —procedente de la burguesía universitaria— es un soldado. Un soldado de los pies a la cabeza. Un combatiente que sabe obedecer «Necesito tipos que esperen, que quieran ganar, soldados que tengan miedo y no que no les importe ni la vida ni la muerte»


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