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LA CREACIÓN DE LOS SERVICIOS DE INFORMACIÓN DE LOS... 133 Cada jefe de sector era el responsable de organizar el servicio contratando a los agentes que se considerasen necesarios siendo, en la gran mayoría de los casos, ciudadanos españoles. Dependiendo de su grado social —equivalente a las posibilidades de obtener mayor y más útil cantidad de información— venían a cobrar un sueldo mensual o una cantidad de dinero establecida por los logros que alcanzasen (seguimientos, vigilancias portuarias, robo de documentación, información sobre agentes enemigos, etc). En segundo lugar, la colaboración de las representaciones consulares se convirtió en un elemento fundamental para el funcionamiento de los servicios de información. Francia tenía en España poco más de setenta localizaciones consulares de todas las categorías, desde las simples representaciones honorarias regentadas en muchos casos por españoles, pasando por las agencias consulares hasta los consulados generales en Madrid y Barcelona. Dado que escaseaban los diplomáticos de carrera, lo más habitual era que nacionales con larga presencia en el puesto de representación —mayoritariamente localidades costeras— fuera quienes asumieran la representación consular. La mayor parte de ellos se habían establecido en España por motivos económicos: muchos eran consignatarios de buques, armadores, comerciantes, etc. Contar con las representaciones consulares ofrecía muchas ventajas pues a través de ellas se podían enviar legalmente comunicaciones cifradas o podían poner bajo su protección, incluso como empleados, a aquellos agentes e informantes que de otra forma podían tener complicado justificar una actividad o su presencia en un lugar determinado. Además, los representantes consulares solían «controlar» el territorio, eran conocidos en los ambientes selectos, tenían presencia en los círculos políticos, sociales y económicos de los respectivos territorios, y se constituían de esta forma en agentes de información de una manera natural. Así pues, contar con el apoyo de las redes consulares tenía, en principio, pocos inconvenientes. Al menos en el caso francés, aunque también los hubo, se detectan menos problemas de los que tuvieron ingleses e italianos. Hubo diplomáticos que admitieron a duras penas esa distorsión evidente de sus tradicionales misiones. No debía ser sencillo para un cónsul de carrera ponerse a las órdenes de un joven sargento o de un teniente; incluso, en ocasiones, depender de aparentes advenedizos en sus secretas misiones. Los británicos tenían en España más de cincuenta representaciones consulares y los italianos más de cuarenta. Todos adoptaron el mismo modelo. Para los tres beligerantes al igual que hicieron —antes que sus oponentes— los imperios centrales, las redes consulares acabaron siendo progresivamente subsumidas por el imperativo de las labores del espionaje y del contraespionaje, es decir subsidiarias de las actividades secretas que terminarán por vaciar de Revista de Historia Militar, I extraordinario de 2019, pp. 133-144. ISSN: 0482-5748


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