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ya que (una vez que la Corona pretendía extender sus exploraciones hasta Alaska) persuadió al rey Felipe II de la posibilidad de encontrar un paso por aquellas latitudes entre China y Nueva España, para lo que se ofreció solicitando, eso sí, ser nombrado «almirante del mar del Sur y el mar de la China». Aunque no está claro hasta qué punto se le otorgaron estas u otras atribuciones, lo cierto es que en 1577 volvió a zarpar con rumbo a las Filipinas como general de Armada. En cuanto a la situación en el archipiélago, esta no era precisamente fácil. Al menos desde el siglo xiii, piratas chinos, japoneses y coreanos realizaban incursiones en la costa que se incrementarían en coincidencia con la llegada de los españoles. Es cierto que en 1571, tras siete años de perseverancia diplomática y un limitado uso de las armas, Legazpi había culminado su inteligente conquista con la ocupación definitiva de Manila, pero casi desde aquel mismo momento la ciudad fue atacada por el pirata chino Lin Feng (también conocido como Li Ma Hong) que, acompañado de su lugarteniente japonés Sioco, trató de conquistarla con una poderosa flota de 62 barcos y 3000 hombres, que fueron heroicamente rechazados, perseguidos y derrotados por las escasas tropas españolas de Guido de Lavezares, aquel antiguo compañero de fatigas de la primera expedición de Carrión, también encarcelado 78  /   Revista Ejército n.º 940 • julio/agosto 2019 y luego devuelto a España por los portugueses, que ahora había sustituido a Legazpi como gobernador a la muerte de este. Tal hazaña solo se concibe desde la determinación y la disciplina mostrada una vez más por aquellos veteranos soldados de los tercios, ahora enrolados de nuevo por y para España en el otro confín del planeta. Sin embargo, tan escasa guarnición no podía controlar el extenso litoral filipino, por lo que la zona de Luzón, al norte del archipiélago, permanecía infestada de una creciente cantidad de piratas procedentes de las islas meridionales del mar de la China, tales como Hainán y la actual Taiwán, así como de Kyushu, Okinawa y otras islas del sur del archipiélago nipón, a cuyos habitantes desde antiguo llamaban los wa kuo (‘los del país de Wa’, nombre dado al Japón en chino clásico)2. Desde el siglo xiii, piratas chinos, japoneses y coreanos realizaban incursiones en la costas Filipinas que se incrementarían en coincidencia con la llegada de los españoles Si todavía en 1575, en un entorno en que la piratería y el comercio mostraban límites demasiado difusos, escribía un tal Juan Pacheco de Maldonado que los japoneses llegaban cada año a sus tres principales destinos en Luzón (Cagayan, Lingayen y Manila) para intercambiar plata por oro, la situación debió de deteriorarse por completo en muy poco tiempo. Con un Japón en estado anárquico, arrasado por las sucesivas guerras civiles del período Sengoku y una casta militar sin empleo, cualquier ronin (samurái sin dueño o daimyo) o ashigaru (soldado de infantería sin rango), ya fuera desertor, exiliado o antiguo combatiente en las filas de señores feudales muertos, deambulaba por el país hasta que a menudo acababa por unirse a Soldado veterano de los Tercios (arcabucero), ilustración de Ángel García Pinto


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