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59 Gran Bretaña, imperialismo y prosperidad Gran Bretaña, por su parte, mostraba desdén y superioridad hacia los demás pueblos. Los británicos, aunque de forma distinta a los alemanes, también se sentían elegidos por la Providencia. La posesión de sus colonias se mostraba como la solución a diversos problemas económicos de la nación, pues formaban un gran mercado capaz de absorber todos sus productos industriales. Además, la libra esterlina era la moneda de referencia mundial, mientras que la lengua inglesa era el idioma de las grandes finanzas. Por si fuera poco, la posición insular y la necesidad de asegurar el suministro de materias primas le dieron a la Marina británica la hegemonía naval de forma indiscutible durante el siglo   xix. Todo dentro de una posición geográfica que impedía pensar en una posible invasión. Así se generó un estilo de vida inglés, asumido por el pueblo como único, de ofuscada mentalidad nacional que, junto a un ejército de tipo más colonial que ofensivo, desplazó la implicación inglesa en la guerra hasta las campañas de 1915-1916. Rusia, el gigante con pies de barro A principios del siglo  xx Rusia era un coloso con pies de barro. A la derrota en la guerra ruso-japonesa, en 1905, le siguieron una serie de tumultos y un malestar general que el Gobierno no supo atajar y que puso de manifiesto el ascendiente de los socialistas sobre un proletariado que empezaba a despertar. La sociedad rusa comenzaba a evolucionar con lentitud, en su política parecía existir cierta apertura y su mundo de las artes y las letras florecía como nunca. La creación de riqueza, debida a una incipiente industrialización, daba sus primeros pasos según abría la puerta a una nueva clase de pobreza. Precisamente fueron las artes y letras, con los grandes maestros rusos de finales del xix a la cabeza, las que definieron los triunfos nacionales como «frágiles burbujas que tarde o temprano estallarían liberando ruina, destrucción y guerra»4. La naciente industria rusa estaba en manos de capitales extranjeros, particularmente franceses. Se atisbaban ya por aquel entonces las capacidades de un país de inmensas riquezas y recursos naturales, pero también traslucían una industria de armamentos inadecuada y una falta meridiana de preparación para la guerra. El zar Nicolás II, un hombre débil dado a la vida calmada y familiar, no supo estar a la altura de las circunstancias. Su poder estaba en absoluta desconexión con el pueblo. El funcionariado estaba sumido en la corrupción. Los importantes puestos de la Administración eran ocupados por una nobleza báltica de doble adhesión, rusa y alemana. En cuanto a la política exterior, Rusia, ya desde Pedro I, creyó que los estrechos, en poder de los otomanos, eran «las llaves de casa». Esta idea llevó asociado un sentimiento de solidaridad eslava que provocó un estallido de cólera capaz de restaurar parcialmente la unidad nacional rusa debido a la anexión de Bosnia por parte de Austria5 en octubre de 1908. Este acontecimiento es considerado como otro de los factores desencadenantes de la guerra. Estados Unidos, potencia en expansión Si bien los Estados Unidos no tuvieron una intervención directa en la iniciación de la guerra, su importancia en el desarrollo de los acontecimientos a partir de  1917 y el peso de su diplomacia en los diversos Tratados de paz bien merecen una reseña. La república norteamericana experimentó, tras el final de su guerra de Secesión entre el norte y el sur, un prodigioso crecimiento de su riqueza y una importantísima expansión económica que tuvo diversas consecuencias políticas. Así, en 1898 había expulsado a España del Caribe y del Pacífico, en 1905 medió en el conflicto ruso-japonés, más tarde los norteamericanos evitaron una intervención alemana en Venezuela y obligaron a Inglaterra a inclinarse ante sus intereses petrolíferos en México y en 1914, a través del control del Canal de Panamá, Estados Unidos logró la flexibilidad máxima de su flota al posibilitar su presencia en los dos océanos con un mínimo intervalo de tiempo. Sin embargo, el país no se enroló inicialmente en la guerra. La diversidad de origen de su población le llevó a optar por la neutralidad. Pero en julio de  1914, el New York Sun, con verdadero presentimiento de futuro, escribía: «Una guerra general en Europa garantizaría el futuro económico a los continentes americanos y, en particular, a América del Norte»6. El hundimiento del Lusitania, el 7 de mayo de 1915, tras el ataque de un submarino alemán inició una crisis diplomática que desembocó en la entrada de los Estados Unidos en la guerra en 1917. LOS TRATADOS DE PAZ La Gran Guerra llevó a la hoguera a una generación completa de jóvenes entre 1914 y 1918. Cuatro años de dolor que se cerraron con un armisticio que llevaba más el sello del agotamiento de los países contendientes (en especial la población civil de los imperios centrales) que su derrota. Este importante aspecto no fue tomado en cuenta en Versalles, que obligó a Alemania a aceptar la derrota a pesar de contar con un ejército totalmente operativo en suelo francés y un territorio propio que aún no había sido invadido. Los protagonistas Los tres grandes de Versalles. •  George Benjamín Clemenceau Alcanzó el cargo de primer ministro y jefe de Gobierno durante la tercera república francesa, entre noviembre de  1917 y enero de 1920. Originario de la conservadora región de la Vandée, al oeste de Francia, fue apodado el Tigre y también Padre de la Victoria. Era un hombre marcado por el espíritu filosófico del siglo   xviii y carecía de capacidad para discernir los nuevos problemas que planteaba la evolución del mundo. Autoritario y presto a rechazar todo lo que


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