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PAÑOL DEL ESPAÑOL Antonia, el popular personaje de los Morancos en la parodia de la Omaita, suelta a su hijo, desgañitándose, desde el balcón de la cocina? Pues bien, ese subir para arriba no tiene por qué ser una incorrección del lenguaje porque el énfasis que provoca es realmente lo que pretende Antonia, y Joshua detecta, sin la menor sombra de duda, que tiene que subir inmediatamente no solo por el tono imperativo de su madre y su cara de notorio cabreo, sino y precisamente por la reiteración. En dos palabras (como popularizó Jesulín de Ubrique), no es lo mismo decir «¡Sube!» que ¡Sube parriba! Añádanse aquí expresiones similares como «entrar adentro o entrar dentro o entrar para adentro», «salir afuera o salir hacia afuera», etc. Tampoco es igual soltar un «a mí me gusta» (o «a nosotros nos gusta») que un simple «me gusta», ni provoca el mismo efecto empezar con un «yo, personalmente, opino…» que decir «yo opino» o un «opino» sin más. O nadie discute el tono amenazante de un «te vi con mis propios ojos» frente a un anodino «te vi», más aún si encima acompañamos el pleonasmo con dos dedos apuntando primero a nuestros propios globos oculares para, a continuación, girar la mano hacia el sujeto del reproche. «Calla la boca», «Campus universitario» ¡Uy!, en el párrafo anterior, y sin darme cuenta, acabo de emplear la misma redundancia al escribir nuestros propios globos oculares. Sí, me justifico, porque estos artificios retóricos se usan tanto que muchas veces no nos percatamos de que lo estamos haciendo, pues los hemos convertido en muletillas que, a fuer de repetirlas, han dejado de ser innecesarias para constituirse en parte estructural de algunas frases que, de otra manera, se quedarían cojas, más en el lenguaje oral que en el escrito. Dígame, sabio lector, si no sucede tal cosa cuando decimos, por ejemplo, «calla la boca», «volver a repetir» o «volver atrás» (1). Y, ¿qué decir sobre «campus universitario», por ejemplo?, reconozco que yo mismo (otra vez caigo inconscientemente en la muletilla redundante) desconocía que, según el Diccionario académico, campus es precisamente el conjunto de terrenos y edificios pertenecientes a una universidad. Valga la redundancia Y, cuántas veces hemos justificado el uso del pleonasmo con ese giro tan manido que consiste en decir «valga la redundancia», como si estuviéramos pidiendo perdón a priori, antes de que alguien nos lo reproche. Porque, en el fondo y muchas veces, el motivo real que nos mueve a soltar ese valga la redundancia es que hemos convertido la expresión en un mecanismo de defensa un tanto ególatra para dejarle claro al otro que no somos ni torpes ni incultos y, sobre todo, que nuestro vocabulario es mucho más rico que lo que se deduce de la repetición que acabamos de emplear. Cita previa. Accesos A veces, una redundancia no solo añade expresividad, y hasta humor, a una frase, o puede ser la manera natural de completarla, sino que resuelve ambigüedades; así, por ejemplo, aunque todas las citas se establecen con antelación, se suele entender por «cita previa» aquélla que se hace normalmente por teléfono o Internet. Y ¿qué decir de «acceso de entrada»? ¿Acaso puede haber un acceso que no sea de entrada? ¡Cuidado! Recuerdo que hace unos años visitaba una fragata de la clase Santa María varada en Navantia, en el astillero de Matagorda (Cádiz), durante sus obras de modificación de media vida. El ingeniero que me estaba enseñando el barco —otro buen amigo, por cierto— me dijo algo así: «Esta es la escotilla de acceso de entrada al sollado de Marinería, y aquella, en la otra banda, será la nueva escotilla de escape, o sea, la de acceso a la salida». Simplemente, asentí y evité sonreírme. Después, cuando consulté el DRAE me tuve que comer el orgullo lingüís- (1) No me gusta, sin embargo, escuchar la expresión «volver a reanudar». Y mucho vemos verla escrita en un documento oficial, como el que cayó en mis manos recientemente. 794 Noviembre


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