Page 219

RHM_extra_1_2019

218 AGUSTÍN RAMÓN RODRÍGUEZ GONZÁLEZ batería de cañones, y tras aquellas defensas y obstáculos, la escuadra podía resistir a un enemigo muy superior, o atacarle por sorpresa y por la espalda si se dirigía a Manila directamente. La otra opción era que la escuadra se hubiera situado junto a la ciudad, combatiendo para su defensa apoyada por sus fortificaciones, pero aquello implicaba que la hermosa ciudad fuera escenario y víctima de un combate. En concreto se temía que muchas de las granadas dirigidas contra los buques o las baterías cayeran en la ciudad, provocando graves daños, y aunque los atacantes no quisieran causarlos, lo cierto es que estarían en su derecho al tratarse de una plaza fuerte. El Ejército disponía de algunos cañones de costa, entre los mejores se encontraban 4 obuses Ordóñez de 24 cm y seis cañones del mismo sistema de 15 cm, además había otros nueve obuses de 21 cm, más anticuados pero todavía eficaces, y otras 24 piezas, muy antiguas y de escasa utilidad. Lo obvio hubiera sido concentrar aquellos recursos, pero ante las peticiones de Montojo y los temores a dejar a Manila sin protección, se decidió repartirlos: los obuses y los viejos cañones quedaron en los fuertes de la capital, y los seis de 15 cm se repartieron, montando dos en Punta Sangley, para defender el arsenal de Cavite, y enviando cuatro a Subic. Aquello era perfectamente irracional, al desperdigar así una no muy numerosa fuerza en tres lugares distintos que no se podrían apoyar mutuamente. En cuanto a los cuatro cañones enviados a Subic, la desgana del Ejército en cumplir lo que veía como una imposición de la Armada pronto fue evidente: cuando Montojo acudió allí el 25 de abril con toda su escuadra para esperar al enemigo, se encontró con que sólo uno estaba montado y los otros tres tardarían todavía mes y medio para estar instalados. El tan asombrado como consternado almirante tuvo que abandonar sus planes de ofrecer batalla en ese lugar y retroceder hacia Manila. Pero Montojo disponía también de cañones navales que podía instalar en tierra para apoyar a su escuadra. Los diez más modernos procedían de los barcos en reparación, de calibres entre 16 y 12 cm, aparte había otros 28 más antiguos, de 18 y 16 cm, sistemas Armstrong y Palliser, procedentes de buques ya retirados, pero aún capaces de alcanzar más de 5.000 metros y causar daños de consideración a los buques enemigos. Contando con estas piezas, se planteó defender con baterías las dos entradas a la bahía de Manila, llamadas Boca Chica y Boca Grande, instalando los cañones en la costa y en los islotes que jalonan la entrada. Allí se fondearían minas y hasta se impediría el paso de los enemigos con viejos buques hundidos en los canales de entrada. Detrás de aquella posición se situaría la escuadra, que así podría impedir el que los atacantes llegaran a atacar la capital. Revista de Historia Militar, II extraordinario de 2019, pp. 218-252. ISSN: 0482-5748


RHM_extra_1_2019
To see the actual publication please follow the link above