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220 AGUSTÍN RAMÓN RODRÍGUEZ GONZÁLEZ Otras veintidós se improvisaron con boyas a las que se llenó de explosivos y se les instalaron los detonadores de los torpedos para que estallaran al chocar con los buques enemigos. Colocadas en Boca Grande, hubieran podido ser eficaces, de no ser porque eran demasiado pocas para cerrar efectivamente la amplia entrada, y las poderosas corrientes marinas las desplazaron. Se instalaron otras pocas frente al arsenal, accionadas desde tierra por mando eléctrico, y al menos dos estallaron ante la escuadra enemiga, aunque demasiado lejos para causar daños. De su efectividad en la época no cabe la menor duda: incluso artefactos más improvisados habían tenido efectos devastadores sobre buques acorazados en la Guerra de Secesión de los EE.UU, donde tuvieron su consagración como arma. Hasta bien entrado el siglo XX bastó con una mina para echar a pique o averiar muy seriamente a buques mucho mayores y mejor protegidos que los de Dewey. Y considerando que su buque insignia, el Olympia, navegaba en cabeza de la formación atacante y que representaba por sí sólo casi la tercera parte de la potencia de la escuadra, hubiera bastado con que estallara oportunamente un único artefacto para que el ataque hubiera tenido que suspenderse. Y finalmente Montojo, pese a sus peticiones constantes de refuerzos y continuas quejas de falta de elementos de lucha, mientras que desaprovechaba los que tenía por no tener un plan definido, seguía distrayendo sus buques y tripulaciones ante noticias de insurrecciones en tal o cual isla. Todavía el 5 de abril enviaba a dos de los cruceros a sofocarlas, el Isla de Luzón a Ilo Ilo, y el Don Juan de Austria a Cebú, cuando deberían haber estado preparándose en Cavite para una lucha mucho más decisiva. Hubiese bastado con enviar algunos de los transportes armados con fuerzas de desembarco del Ejército, apoyados por alguno de los pequeños cañoneros. Por ello, sólo a fines de abril pudo reunir su escuadra pocos días antes de tener que luchar con la enemiga. Tampoco autorizó hacer prácticas de evoluciones o de tiro, por no gastar munición ni provocar nuevas averías, lo que siempre es una elección errónea por obvios motivos. Ya sabemos cómo llegó con su escuadra a Subic y el cuadro que allí encontró, pero las desgracias nunca vienen solas, y al crucero Castilla se le abrió una vía de agua, aunque el buque no peligraba, la reparación no pudo ser sino provisional, tapándose las grietas con cemento hidráulico, por lo que el crucero no pudo encender ya sus máquinas, pues las vibraciones hacían desprenderse el cemento. Aquello convenció a Montojo de que no podía presentar batalla tampoco en movimiento en las bocas de la bahía de Manila, por lo que, con el Castilla a remolque, y ante la consternación de Revista de Historia Militar, II extraordinario de 2019, pp. 220-252. ISSN: 0482-5748


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