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tranjera, asegurándole que numerosos pilotos españoles y foráneos secundarían con satisfacción el llamamiento. En Vigo se confirmaba la donación de un De Havilland DH-4 y en Salamanca la Junta activaba las gestiones para que el acto de entrega al Ejército se celebrase en la capital charra. En buena lógica todas las Juntas Pro Aeroplanos perseguían albergar estas ceremonias en las ciudades y capitales de provincias suscriptoras para que la población comprobase in situ el producto de sus contribuciones dinerarias; sin embargo, esta circunstancia fue desestimada por la Comisión oficial, que desde el primer momento expresó la imposibilidad de desplazar los aparatos a los lugares que los patrocinaban, alegando la urgencia de su concurso en la zona de conflicto. Otro deseo malogrado de las Juntas fue precisamente alternar los modelos de aeroplanos, no quedando más remedio que seguir las recomendaciones técnicas, atendiendo a las condiciones específicas que requerían las intervenciones militares en el Protectorado y a la entrega inmediata de los aparatos. Por otro lado, la aerostación partía en desventaja. Además de la diferencia de la inversión económica entre globos y aeroplanos, existían razones prácticas que desnivelaban la balanza en favor de estos últimos. En el cercano antecedente de la Primera Guerra Mundial, los dirigibles se conocían más por sus fracasos que por sus éxitos; y parecía difícil encontrar un modelo adaptado a las exigentes condiciones que imponía un escenario como el Rif. Tampoco los altos mandos militares eran muy exigentes en sus demandas de material aéreo, quienes salvo contadas excepciones no confiaban en la superioridad aérea y las posibilidades bélicas de la aviación, como tampoco participaban del desembolso que suponía la compra de aeroplanos aunque se tratase de excedentes de la Primera Guerra Mundial que, por otro lado, ya habían demostrado su eficacia en el combate: ¿Si después de la retirada de Annual no teníamos ni tiendas de campaña ni material dispuesto que enviar se podía pensar en un dirigible? Conténtese los militares con los aeroplanos que regalan las provincias, y pidan a Dios que les sigan enviando a Marruecos muchos más. Tras las primeras semanas de apasionado fervor patriótico, el paso del tiempo y la proliferación de multitud de campañas de naturaleza muy diversa fraccionaron el apoyo a la campaña aeronáutica. No obstante, además del patrocinio institucional absolutamente fundamental para muchas de ellas, la adscripción de los emigrantes españoles añadió nuevas aportaciones en metálico que permitieron que proyectos como el aeroplano Santander y, a cierta distancia el Badajoz, fuesen realidad. Pero también hubo donaciones directas de aviones. Iniciado el mes de septiembre conocemos la decisión del Diario Español de La Habana, de abrir una suscripción con el objeto de regalar al Ejército aeroplanos y armamento, en la cual recaudaron varios miles de pesetas –a partir de una cuota fija de una peseta– producto de la contribución de buena parte de los españoles residentes en la isla de Cuba. En el territorio peninsular las campañas no se prolongaban más allá de un par de meses porque durante este periodo las opciones de éxito gozaban de margen razonable para su finalización en uno u otro sentido. En Ciudad Real, la creación de la ansiada Junta bajo la presidencia del gobernador civil impulsó definitivamente una campaña que languidecía ante la insuficiencia de ingre- 38


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