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húmeda no era fácil de desplegar, por lo que tomó la decisión de aterrizar a pesar del ala dañada. Al llegar a tierra, la intervención de algunos españoles ayudó a Lord a escapar del arresto y del pelotón de fusilamiento. Esa situación llevó a los cuatro aviadores norteamericanos a elevar una fuerte protesta a sus superiores, descontentos además por los sueldos y el reparto de las primas. Pero sus jefes españoles también tenían razones para quejarse por su comportamiento, ya que los cuatro habían faltado a las normas de conducta, pues con frecuencia volvían al aeródromo de Sondica bebidos. Los americanos siguieron con su conducta provocativa, en el suelo y en el aire, con borracheras frecuentes. El Servicio de Inteligencia de la Embajada norteamericana en Madrid aseguraba en un informe que Acosta pilotaba con cigarrillos en una mano y brandy en la otra, pero sus compañeros afirmaban que era tan bueno que no necesitaba estar consciente mientras volaba. Las relaciones eran tan tensas que en Navidad, Acosta y sus compañeros decidieron hacer las maletas y escapar a Francia a través del Golfo de Vizcaya, para lo cual alquilarían un bote, pero fueron interceptados por las fuerzas republicanas y posteriormente trasladados a Valencia, donde tuvieron una entrevista con las autoridades en el edificio gubernamental. Allí serían juzgados por un tribunal militar, fueron licenciados y liquidados sus contratos. Después de recibir la parte proporcional que les correspondía y que en parte les fue abonada en pesetas, los cuatro aviadores estadounidenses recibieron los documentos que les autorizaban a viajar a Francia, desde donde regresaron en el buque París a su país a finales de diciembre de 1936. Al llegar a Nueva York contaron su historia a la prensa. Fueron interrogados por las autoridades federales, que después de retirarles los pasaportes, les llevaron a juicio para investigar la participación americana en la Guerra Civil española. El Departamento de Estado, intentando resaltar su neutralidad, desempolvó una ley de 1907, por la cual se retiraba la ciudadanía a cualquier norteamericano que hubiera prestado juramento a la Bandera de cualquier otro país. Como Acosta y sus compañeros habían tenido cuidado de no prestar tal juramento fueron puestos en libertad. Sin embargo, la reclamación posterior de Acosta de que había derribado cuatro Heinkel, según manifestó a un periódico de Nueva York después de finalizada la Guerra Civil, no parece que fuese cierta, pues no aportó prueba alguna que pudiera demostrarlo. Sam Brennery y Nord Caldwell no superaron la prueba en vuelo en los Breguet XIX de Valencia, y se les cancelaría su contrato de piloto, pero el primero seguiría volando en Manises como ametrallador– bombardero. Volando sobre el Mediterráneo resultó herido, al caer al mar su Breguet XIX. Tras su estancia en el hospital, en febrero de 1937 escribiría a su hermana informándola que regresaba a EE.UU.. Poco después, dio a conocer que además de participar en vuelos de patrulla costera, también lo hizo en misiones de bombardeo sobre la ciudad de Teruel. Por su parte, Caldwell volvería antes a los Estados Unidos. Eugene R. Finick llegó a España a finales de 1936, cuando estaba sitiado el Alcázar de Toledo. Él presumiría de haber tomado parte en los bombardeos contra las fuerzas nacionales que avanzaban para liberar a los sitiados, y aseguraría que con Ben Leider voló en los Breguet 80 Albert Baumler, a pesar de ser el más joven de todos, al abandonar España en julio de 1937 y con tan solo 23 años, sería el piloto que consiguió más derribos detrás de Frank Tinker. Baumler junto a su avión.


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