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REVISTA IEEE 8

199 Revista semestral del IEEE Reseña aspiración de que su país, junto con Estados Unidos, fuera el eje rector de un mundo «cada vez más disperso y multipolar» (p. 47). Como hemos indicado, tal ensoñación topaba frontalmente con los hechos, como relató Boris Pankin (ministro de Exteriores de la Unión): «necesitábamos la ayuda económica de Estados Unidos y con tal de conseguirla estábamos dispuestos a ha-cer muchas concesiones. Por eso aceptamos la independencia de los países bálticos, nos retiramos del tercer mundo y redujimos nuestro apoyo a Cuba. Ya no podíamos permitirnos esa clase de relaciones, aunque el hecho de abandonarlas lo presentamos como una muestra de buena voluntad» (pp. 241-242). De hecho, el autor reprocha a Gorbachov que, al contrario que Yeltsin, no com-prendió que los ciudadanos se habían convertido en una fuerza decisiva en la URSS. Este hecho se comprobó con motivo del fallido golpe de Estado de agosto de 1991: «si bien la movilización de las masas era fruto de la glásnost y la perestroika, los moscovitas no habían defendido, en los días del golpe, los ideales del presidente soviético: la gente no aspiraba a reestructurar el «sistema», sino a construir uno nuevo» (p. 166). En consecuencia, las contradicciones entre fines y medios marcaron el comporta-miento de Gorbachov durante sus años al frente de la URSS, aunque se acentuaron a lo largo de 1991. Su obsesión por mantenerla se tradujo en un derroche de mesianismo y paternalismo. Como paradigma de esta premisa, destacan sus palabras en su discur-so de dimisión (25 de diciembre de 1991): «me he declarado partidario convencido de la independencia y la libertad de los pueblos y de la soberanía de las repúblicas, pero también de salvaguardar el Estado unitario y la integridad del país» (pp. 426-427). En el transcurso de la obra van emergiendo una serie de actores, con una agenda de objetivos propia que difería de la de Gorbachov. En efecto, mientras este último en todo momento trató de preservar la unidad (y la soberanía) de la URSS, tal anhelo no lo compartían los representantes de las antiguas repúblicas, Rusia incluida, en las cuales fue permeando el nacionalismo. Obsérvese al respecto la siguiente exposición de Yeltsin (mayo de 1990): «el gobierno central explota cruelmente a Rusia, le escatima su ayuda, no piensa en el futuro. Debemos poner fin a estas relaciones tan injustas. Es Rusia quién ha de decidir qué funciones conservar y cuáles transferir al gobierno central, y no a la inversa» (p. 63). Por tanto, no genera sorpresa que, conforme avanza la lectura de la obra, un fenómeno ad-quiere autonomía propia: la pérdida de competencias de la Unión, las cuales fueron asumidas automáticamente por las repúblicas, sin excesivo respeto por la legalidad constitucional, cabe añadir. La Rusia de Yeltsin y la Ucrania de Kravchuk simbolizaron este fenómeno. Gorbachov, pese a sus intentos, no pudo detener la dinámica descrita. Sí que fue más pragmática o realista (que no oportunista) la postura de Estados Unidos. En este sentido, en el verano de 1991 (antes del golpe de Estado de agosto), George Bush du-rante su viaje a Ucrania espetó que «algunos han exigido a Estados Unidos que elija entre el presidente Gorbachov y los líderes independentistas en toda la URSS. Creo que es una falsa disyuntiva. Seamos justos: el presidente Gorbachov ha logrado avan-ces extraordinarios. Con la perestroika, la glásnost y las reformas democráticas ha pues- http://revista.ieee.es/index.php/ieee


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