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REVISTA HISTORIA MILITAR EXTRA CERVANTES

134 Mª ÁNGELES VARELA OLEA reconocerlo así en cada aventura quijotesca y en numerosas frases dedicadas a la cuestión. Como sentencia don Quijote a Sancho, mostrando estoicismo ante las desgracias, recomendando prudencia y aceptación de las responsa-bilidades: «De aquí viene lo que suele decirse: que cada uno es artífice de su aventura» (Quijote II, XLVI). Ningún teólogo protestante habría podido convencer a Cervantes, quien había sido cautivo esforzado por liberarse a sí mismo y a sus compañeros, de lo contrario: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres». (Quijote II, LVIII). Eso explica el valiente comportamiento del soldado Cervantes cuan-do, volviendo a España con cartas de recomendación para procurarse la ca-pitanía, tiene la mala fortuna de ser capturado junto con la mayoría de sus compañeros y hasta de su hermano. Comienza así el amargo cautiverio del escritor, del que los biógrafos y testimonios contemporáneos subrayan la valentía y tesón con que urdía constantemente planes de fuga de los que salía cada vez más represaliado. Esa firme voluntad de quien no se da por vencido y reemprende la acción para alcanzar la libertad para él y para los suyos, es también la personalidad del caballero don Quijote, y la misma que autobiográficamente refleja en la historia del «cautivo». La esperanza se convierte en acción y es la que sustenta al hombre sometido a penalidades: «Ya había probado mil maneras de huirme, y ninguna tuvo sazón ni ventura: y pensaba en Argel buscar, otros medios de alcanzar lo que tan-to deseaba, porque jamás me desamparó la esperanza de tener libertad, y cuando en lo que fabricaba, pensaba, y ponía por obra, no correspondía el suceso a la intención, luego sin abandonarme, fingía y buscaba otra es-peranza que me sustentase, aunque fuese débil y flaca. Con esto entrete-nía la vida, encerrado en una prisión, o casa, que los turcos llaman baño, donde encierran a los cautivos cristianos, así los que son del Rey como de algunos particulares, y los que llaman del Almacén, que es como de-cir, cautivos del Consejo, que sirven a la ciudad en las obras públicas que hacen y en otros oficios, y estos tales cautivos tienen muy dificultosa su libertad, que como son del común, y no tienen amo particular, no hay con quien tratar su rescate aunque le tengan. En estos baños, como tengo dicho, suelen llevar a sus cautivos, algunos particulares del pueblo, Revista de Historia Militar, II extraordinario de 2016, pp. 134-140. ISSN: 0482-5748


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