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Revista Historia Militar Extra 1 2018

EL ASCENDIENTE ECLESIÁSTICO EN EL LENGUAJE BÉLICO… 19 tanto con precedentes teóricos de la talla de San Agustín, como con algunos pronunciamientos pontificios más próximos en el tiempo. El ejemplo del Papa León IV (847-855), al afirmar que todo el que muriera en el campo de batalla en defensa de la Iglesia recibiría una recompensa celestial, o el de Juan VIII (872-882), al identificar a los muertos en una “Guerra Justa” con los mártires de la Antigüedad, tuvieron desde entonces un especial predicamento. Cuando Urbano II decidió poner en marcha la primera Cruzada era consciente de la trascendencia de sus palabras y del fin último que debía alcanzar su mensaje: conseguir desviar la violencia feudal, las guerras mantenidas entre hermanos de fe en Europa, hacia Tierra Santa para luchar contra los enemigos del Cristianismo y de la Iglesia, así como encauzar todo el proceso con las directrices marcadas por Roma en cada momento. Su discurso, una auténtica arenga, más que expresar sus íntimos sentimientos, pretendía de principio a fin enardecer el ánimo de la multitud de oyentes que lo rodeaban. Había que convencer por encima de todo al auditorio. Y lo cierto es que todas las expectativas fueron superadas, incluso, las del propio Pontífice. En su alocución, cargada de imágenes religiosas, tampoco desdeñó la utilización de recursos propios de las arengas militares facilitadas en la historiografía del mundo clásico pagano. Así, junto a la identificación de los guerreros con caballeros de Cristo, o la potenciación del concepto de “Guerra Santa” como instrumento para cauterizar las luchas entre hermanos de fe mantenidas en Occidente, o la militarización del ideal de peregrinación, convirtiéndolo en transitum ultramarinum, en una especialísima forma de penitencia, también se refirió, aunque con términos especialmente sutiles, al seguro “botín” que los cruzados obtendrían tras expulsar a los infieles de Tierra Santa. Así, en una sociedad donde las hambrunas mermaban periódicamente la población y donde la primogenitura generaba la sed de tierras de los caballeros segundones, no resultaba baladí que Urbano II se refiriera a la supuesta prosperidad que gozaba Palestina, tierra con ríos de leche y miel, o que asegurase la protección de las familias y bienes de quienes decidieran alistarse a la Cruzada e, incluso, que apuntara la posibilidad de enriquecerse: “Estas son las recompensas eternas que van a conseguir los que se hacían mercenarios por miserable salario: trabajarán por un doble honor aquellos que se fatigaban en detrimento de su cuerpo y de su alma. Estaban aquí tristes y pobres; estarán allá alegres y ricos. Aquí eran los enemigos del Señor; allá serán sus amigos”. Revista de Historia Militar, I extraordinario de 2018, pp. 19-76. ISSN: 0482-5748


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