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La partitura de la Marcha Granadera. 1761. Biblioteca Nacional Reformas de un ejército complejo Para conocer el nacimiento de la Marcha Granadera conviene situarnos a principios del siglo XVIII. Más que todos los europeos, el Ejército español era muy heterogéneo y de difícil manejo por la dispersa estructura territorial de la Monarquía Hispánica, donde había una mayoría de regimientos formados por españoles –a los que se asimilaban los de irlandeses-, junto con otros nominalmente formados por italianos o por valones; también había regimientos de mercenarios suizos. Por otra parte, había regimientos veteranos al lado de otros de creación reciente; aparte de la Guardia Real, había un regimiento real, el de Artillería; había regimientos de milicias provinciales –pero solo en Castilla y en América-, milicias urbanas y hasta estudiantiles. Una consecuencia más de esta compleja organización era que, regimiento a regimiento, había armamento de diferentes calibres y la instrucción se hacía de muchas maneras, con distintos toques y órdenes a la voz, y estas dadas en los diferentes idiomas. Algunos regimientos, como los de irlandeses y los de suizos, tenían marchas particulares. Y además, cada unidad tenía su propia uniformidad, divisas y banderas, diferencias que alcanzaban también a otros detalles como el número de cartuchos que se llevaban en la cartuchera. Cualquier aspecto que se analizara revelaba diferencias, excepciones y privilegios, todo ello fuentes de constantes problemas y litigios entre regimientos que restaban cohesión al Ejército. Por ello, Felipe V tenía muchas razones para reformar el Ejército casi hasta los cimientos y, en una titánica tarea cuyos resultados solo fructifi caron tras muchos años, fue convirtiendo aquellos regimientos herederos de los Grandes Tercios, Viejos y Nuevos, en los que han llegado hasta hoy. Hitos importantes fueron las ordenanzas “de Flandes” de 1701 y las mejoradas de 1728. Entre otros muchos aspectos –como las banderas y los uniformes-, se quiso simplifi car y unifi car los toques, el idioma para el mando y las escarapelas del sombrero, pues eran fundamentales en la batalla para ser obedecido con exactitud y no confundirse con el enemigo. Siguiendo con el proceso modernizador de su padre Felipe V, Fernando VI convocó en 1749 una junta que revisara las Ordenanzas de 1728 y los ajustes hechos con posterioridad a fi n de preparar una nueva edición. Las nuevas ordenanzas Culminar el proceso unifi cador del Ejército para aumentar su efi cacia operativa exigía reglamentar un solo conjunto de toques para todos los regimientos independientemente de sus orígenes y tradiciones musicales. Por ello, en el proyecto de Ordenanzas de 1751 se incluyó una nueva marcha: “Siempre que cualquier tropa marche con las formalidades correspondientes, tocarán Marcha los tambores que haya en ella; y si los granaderos marchasen solos, usarán entonces de la Marcha Granadera”. A su llegada a la corona española Carlos III retomó el proyecto de una nueva edición de las Ordenanzas creando una junta que, en 1761, solo publicó la táctica de la Infantería, en donde consta una Marcha Granadera general. Su partitura está en un cuaderno titulado “Libro de la Ordenanza de los toques de pífanos y tambores que se tocan nuevamente en la Infantería española, compuesto por Dn. Manuel Espinosa. 1761”. En 1768 se publicó, fi nalmente, la nueva versión de las “Ordenanzas de S.M. para el régimen, disciplina, subordinación y servicio de sus Ejércitos”, consecuencia de las cuales fue el cuaderno de “Toques de guerra que deberán observar uniformemente los pífanos, clarinetes y 54 Armas y Cuerpos Nº 140 ISSN 2445-0359


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