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160 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS en los accesos y protegerla del resto de soldadesca; cuando los franceses se rindieron, el propio Manuel Filiberto envió heraldos a la ciudad para avisar-les que estaban autorizados a abrir fuego contra cualquier soldado imperial que no fuese de los que él había ordenado custodiar la plaza; sin embargo sus previsiones se fueron al traste cuando los soldados valones de Philippe de Ligne, conde de Aremberg, entraron por la fuerza mientras aún se estaba negociando ciertos aspectos formales de la rendición, siendo imitados rápi-damente por centenares de soldados alemanes. El propio Manuel Filiberto y su escolta fueron hasta las murallas con intención de detener a la multitud, pero ésta ya se había desparramado por toda la ciudad. Entonces el general ordenó que los oficiales se reunieran en su tienda y les reprendió por no haber controlado a la tropa y proclamó un severo bando para que se le entre-gasen prisioneros y objetos robados, bajo pena de importantes sanciones; tal amenaza surtió efecto y la tropa entregó a personas y botín. Manuel Filiberto retuvo a los personajes principales y dio la libertad a 1.400 soldados enemi-gos para que regresasen a tierras francesas –tal razón no fue meramente por razones humanitarias: con su marcha el ejército hispano se ahorraba su ma-nutención, pero también obligaba al ejército contrario a mantener a aquella oleada de refugiados–. El siguiente episodio importante de saqueo fue el de San Quintín69, muy violento y extremadamente lucrativo para la tropa: algunos soldados obtuvieron 1.000, 2.000 y hasta 12.000 escudos; las primeras unidades en entrar a saco en la plaza fueron alemanes e ingleses, que se dedicaron a robar y matar indiscriminadamente en las casas de los burgueses y también en las iglesias; el rey Felipe y Manuel Filiberto intentaron poner coto a aquellos desmanes y al día siguiente de la caída de la plaza se ordenó que alemanes e ingleses abandonasen la ciudad, siendo esta guarnecida por españoles y borgoñones; los alemanes se enfadaron y prendieron fuego a las casas, ce-bándose esta nueva desgracia en los pobres habitantes; también se consta-taron combates ente diversos grupos de diferente nacionalidad del ejército hispano, disputándose los despojos del botín70. En las campiñas francesas y flamencas también se produjeron diver-sos actos de bandidaje por parte de las tropas hispanas, especialmente de los mercenarios alemanes, de los que Manuel Filiberto no estaba muy contento por sus acciones en el campo de batalla. Mientras estos desmanes ocurrie-ron en territorio enemigo el mando español apenas puso reparos ni medidas para pararlos, pero cuando estos sucedían en territorio propio el problema 69  MESA GALLEGO, Eduardo: op.cit., p. 60. 70  Ibídem, pp. 61. Revista de Historia Militar, 117 (2015), pp. 160-166. ISSN: 0482-5748


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