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REVISTA HISTORIA MILITAR 117

62 FERNANDO CALVO GONZÁLEZ-REGUERAL de Castro siempre agradecería al Kilómetro 6 el haber forjado su vocación literaria, que desarrollaría con discretos éxitos en España y Argentina, país al que marchó a mediados de los 40 y donde residiría hasta su muerte en 1975 (otros títulos de su producción son: La rebelión de los personajes, Huracán, Cuando los ángeles duermen, Cuarto galeón, Los días están contados, Compás eterno, La ciudad sagrada... Con una interesante La iluminada, publicada en España con el título de La noche de la luciérnaga, ganaría el Premio Internacional de Novela de la prestigiosa editorial Losada. Varios de sus textos fueron llevados al cine). Y ya que le hemos citado, que otro heterodoxo hoy olvidado pero de gran prestigio en su momento, Luys Santa Marina (personaje legendario que se hizo coser tres calaveras en su camisa por cada una de las tres penas de muerte que padeció), accediese a prologar la primera novela de un autor jo-ven completamente desconocido da fe de las expectativas que se pusieron en ella en su momento. Con esa visión expresionista y sintética que tenía, Santa Marina dejó escrita en dicho prólogo la mejor recensión posible de la obra, explicando de paso el subtítulo contestatario casi mejor que el autor en un prefacio perfectamente prescindible que se añadió a la edición de Juventud: “Este es un extenso libro de guerra. Estilo ligero, conciso, sin frenos, a la buena de Dios. Parco lenguaje. Los devotos de la estilística que no lo abran. Una necesidad lo justifica. Refleja. Copia el alma de unos muchachos en guerra. Viven, luchan y mueren sin pensarlo mucho, con una magnífica ‘vir-tus’, es decir, eficacia… Además, los muchachos saben por qué mueren. Hay un combate a ganar y ello se define en objetivos inmediatos: una cota, una masía, un río. La suma de todo es la Victoria”. Porque, sin duda, uno de los mayores aciertos de la novela es que en ella los soldados hablan y se comportan como tales: se ponen motes (‘El Bi-cho’, ‘Mamá Valentín’, ‘Pitilín’); barbarizan (“¡Viva el follón, viva el follón! ¡Viva el follón bien organizao!” les oímos aullar en mitad de un ataque); tienen su jerga propia (en la que el ‘frac’ es el correaje, la ‘caña’ el fusil, el ‘orinal’ el casco o los ‘caramelos’ las granadas); roban gallinas pero confra-ternizan con los payeses (que, por cierto, hablan en catalán) e incluso con el enemigo en los inevitables intercambios de trinchera a trinchera (“El ‘No-ticiero’ y ‘La Soli’. Alubias y pan. Hemos salido perdiendo”); rezan, lloran, cantan el ‘Carrascal’ y duermen cuando pueden y como pueden (“Dormi-mos como topos. Molestan las piedras, molesta el día, pero da igual. Nos molesta mucho más estar sin dormir”); luchan y cavan, vigilan y reconocen el terreno, matan y mueren, conocen en definitiva su oficio de soldados o, como decían los viejos africanistas, saben manera (“A esperar la orden. Nos aseguramos de las bombas, del fusil, y colocamos a mano las cartucheras. Revista de Historia Militar, 117 (2015), pp. 62-90. ISSN: 0482-5748


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