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REVISTA HISTORIA MILITAR 116

EL CUERPO DE CIRUGÍA MILITAR DEL EJÉRCITO A COMIENZOS... 17 Pero el grupo de los cirujanos era muy amplio, ya que existían dife-rentes especialidades, como los de heridas, del mal de piedra o los comadro-nes. Además, los aprendices que no llegaban a examinarse ante el protomé-dico, quedaban como practicantes, que también tenían especialidades, por ejemplo, los ministrantes, que eran los encargados de aplicar las pomadas y las unciones mercuriales, los especieros, que eran los mancebos de botica, o los sangradores, dedicados a practicar las diferentes técnicas de la sangría. Dentro del escalafón de la cirugía, el colectivo de barberos era el que ocu-paba el peldaño más bajo, ya que su ocupación principal era cortar el cabe-llo y afeitar, aunque también podían sajar, hacer sangrías, poner ventosas o sanguijuelas y extraer piezas dentales.7 Para afeitar con navaja o utilizar las tijeras no se requería examen, pero sí para sangrar o para extraer dientes. Este núcleo de nuevos profesionales, procedentes de capas sociales bajas, constituía lo que podemos calificar como proletariado médico.8 Finalmente, hay que decir, que la raya que separaba la práctica profesional entre ciruja-nos y sangradores era muy tenue, lo mismo que entre los cirujanos latinos y Revista de Historia Militar, 116 (2014), pp. 11-72. ISSN: 0482-5748 los romancistas. Para el estudio de la cirugía se seguían utilizando libros clásicos muy antiguos, como La Grande Chirugie de Guy de Chauliac, impreso en 1363 u otros de autores españoles como Diego Pérez de Bustos, Jerónimo de Aya-la, Juan Fragoso o Juan de Vidos. Los métodos curativos expresados en el prestigioso tratado de Guy de Chauliac eran tremendamente arcaicos, por ejemplo, recomendaba tratar las heridas superficiales con vino y para co-hibir una hemorragia se debía utilizar una fórmula con incienso, sangre de drago y cal. Cuando las heridas cursaban con mucha inflamación, el tratado recomendaba sangrar y purgar al herido, restringiendo su alimentación, ven-dando la herida con estopas empapadas en vinagre y, en caso de aparecer equimosis voluminosas, se debían de aplicar fomentos con aceite rosado, con o sin clara de huevo, pudiéndose eliminar la sangre extravasada usan-do una lanceta escarificadora. A la vista de estas recomendaciones, autores como el Dr. Marañón refieren que la medicina española a comienzos del si-glo xviii seguía siendo «mera palabrería, exposición de aforismos ridículos y de sistemas disparatados y sectarios».9 Es decir, que era prácticamente inútil a la hora de tratar a un paciente. 7  Guy de Chauliac mencionaba a los «dentatores», que eran barberos que extraían dientes, aña-día que las operaciones de los dientes, propias de barberos y dentatores, debían ser supervi-sadas por un doctor. Asensi Artiga, V.: Murcia: sanidad municipal (1474-1504), Murcia: Ed. Universidad de Murcia, 1992, pág. 103. 8  Contreras Mas, A.: «La formación profesional de los cirujanos y barberos en Mallorca durante los siglos xiv-xv», en Medicina & Historia, n.º 43, 1992, pág. III. 9  Marañón, G.: Vida e Historia, Buenos Aires: Ed. Espasa Calpe, 1944.


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