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228 MANUEL FERNÁNDEZ NIETO con cuarenta galeras para recoger al tercio de don Lope de Figueroa. Por tanto, a primeros de mayo el soldado Miguel de Cervantes, con su compa-ñía, estaba en el norte de Italia y, como no se trataba de una acción concreta de fuerza sino de disuadir con la sola presencia de las tropas españolas a los revoltosos, el escritor tuvo ocasión de disfrutar de la hospitalidad de Géno-va. En El licenciado Vidriera, que tantos recuerdos esconde de su vida de soldado, dice: «En fin, trasnochados, mojados y con ojeras llegaron a la hermo-sa ciudad de Génova, y desembarcándose en su recogido Mandrache (la parte más moderna del puerto), después de haber visitado una iglesia, dio el capitán con todas sus camaradas en una hostería, don-de pusieron en olvido todas las borrascas pasadas, con el presente gaudeamus. Allí conocieron la suavidad del Treviano, el valor del Montefras-cón, la fuerza del Asperino, la generosidad de los dos griegos Candía y Soma, la grandeza del de las Cinco viñas, la dulzura y apacibilidad de la señora Guarnacha, la rusticidad de la Chéntola, sin que entre todos estos señores osase parecer la bajeza del Romanesco. Y ha-biendo hecho el huésped la reseña de tantos y tan diferentes vinos, se ofreció de hacer parecer allí, sin usar de tropelía ni como pintados en mapa, sino real y verdaderamente, a Madrigal, Coca, Alaejos, y a la imperial más que real ciudad, recámara del dios de la risa; ofreció a Esquivias, a Alanís, a Cazalla, Guadalcanal y la Membrilla, sin que se le olvidase de Ribadavia y de Descargamaría. Finalmente, más vi-nos nombró el huésped, y más les dio que pudo tener en sus bodegas el mismo Baco. Admiráronle también al buen Tomás los rubios cabellos de las genovesas, y la gentileza y gallarda disposición de los hombres, la ad-mirable belleza de la ciudad, que en aquellas peñas parece que tiene las casas engastadas, como diamantes en oro».32 La ociosidad de estas jornadas impacientaba a don Juan de Austria,33 hombre de acción, que veía pasar los días mientras en las guarniciones del 32  Cervantes Saavedra, M. de: Novelas ejemplares, 2001, págs. 271 y 272. 33  Don Juan, siempre activo y dispuesto, moriría, como muchos de sus soldados del escenario mediterráneo, de gobernador general de Flandes en Namur, en cuya catedral se conserva aún su corazón, después de haber llamado a los tercios de Italia en su socorro con una carta que comenzaba así: «A los magníficos Señores, amados y amigos míos, los capitanes y soldados Revista de Historia Militar, 115 (2014), pp. 207-242. ISSN: 0482-5748


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