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REVISTA HISTORIA MILITAR 116

EL ASESINATO DE VÍCTOR DARMON Y LA CRISIS HISPANO... 249 Para comprender esta actitud habría que recordar que, en aquellos tiempos, los judíos estaban sometidos a un severo régimen en algunos países musulmanes. En Argel, cualquier jenízaro podía detener y golpear al primer judío con el que se tropezase, sin que este pudiera protegerse y mucho menos devolverle los golpes. Su única alternativa era salir co-rriendo lo más deprisa posible. Quejarse a las autoridades podría ser con-traproducente, ya que si un cadí preguntaba al jenízaro por qué le había golpeado y este contestaba que lo había hecho porque había insultado a su santa religión, el judío podía ser ejecutado, siempre que dos musulmanes confirmasen su acusación. Tampoco les estaba permitido vivir en los mismos lugares en que lo hacían los musulmanes, asignándoseles un barrio particular cuyas puertas se cerraban cada noche, quedando encerrados hasta el día siguiente. Además, estaban obligados a realizar los trabajos más humillantes y debían ceder el paso cuando se cruzaban con cualquier seguidor del profeta, inclinándose en señal de humillación. En caso de que no lo hicieran, eran golpeados o se arriesgaban a sentir el yatagán en sus carnes. Asimismo, tenían que vestir un atuendo distintivo, quitarse las babuchas al pasar por una mezquita o fren-te a la casa de un cadí y no les estaba permitido montar a caballo, aunque podían hacerlo en asnos o, en casos particulares, en mulas. Aun así, cuando lo hacían, debían apearse en señal de respeto si un musulmán se cruzaba en su camino. También estaban obligados a esperar en las fuentes a que los mahometanos hubieran terminado de abastecerse de agua, aunque hubieran llegado después. Si subían al tejado de su casa y observaban a las moras jóvenes, golpeaban a un musulmán, intrigaban contra el Gobierno o dirigían su mirada al interior de una mezquita cuando los fieles estaban rezando, el castigo era la muerte. Todos ellos eran considerados esclavos del dey o del emperador, en función del lugar en que viviesen, y no podían viajar sin haber obte-nido antes su permiso, debiendo depositar fuertes sumas como garantía de su retorno. Cualquier turco podía entrar en sus casas, insultar al pro-pietario, maltratar a las mujeres y comer y beber a su costa. En Marrue-cos, ningún musulmán podía ser ajusticiado por haber dado muerte a un judío, aunque matar a un cristiano estaba castigado con la pena capital, y no era raro que se penase a los hebreos que osaran quejarse del asesinato de un pariente o amigo, dejándose en libertad al asesino. Por ello, raras veces se atrevían a apelar a la justicia o intentaban obtener reparaciones. Además, eran profundamente despreciados por los musulmanes de to-das las clases sociales y hasta los rapazuelos los trataban con el mayor Revista de Historia Militar, 116 (2014), pp. 243-282. ISSN: 0482-5748


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