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REVISTA HISTORIA MILITAR 116

276 JORGE LUIS LOUREIRO SOUTO solucionaron sus diferendos gracias a la impresión que causó en Muley Ab-derramán la fuerza militar francesa. Los tributos que habían estado pagando Dinamarca y Suecia para proteger a sus súbditos de las exacciones marro-quíes fueron abolidos de inmediato. Sin embargo, la impresión de debilidad que provocó en los marroquíes la mediación británica minó la credibilidad del Gobierno español, ya que no tardó en extenderse el rumor de que Madrid se había visto obligado a recurrir a la diplomacia de Londres debido a su incapacidad de proteger sus propios intereses por sí mismo. Aunque Narváez consiguió que el sultán cumpliera los términos del ultimátum, en aquellos momentos fue muy criticado por no haber imitado la conducta de Francia. Las condiciones eran favorables para romper con el reino alauita, vengar mediante las armas los agravios recibidos y apro-vechar las circunstancias para ensanchar los límites de las plazas africa-nas, ya que el ultimátum venció poco antes del bombardeo de Tánger y la batalla de Isly, en unos momentos de gran tensión entre Francia y Marrue-cos. Madrid pudo haber aprovechado la coyuntura para concertar sus ac-ciones con París. También pudo aprovechar la oportunidad que ofrecía la situación para obrar por su cuenta, ya que sería difícil que Gran Bretaña se opusiera abiertamente a una acción armada que no hubiera tenido la con-quista como objetivo. El asesinato de Víctor Darmon había provocado un clima de indignación en las potencias europeas, muy enojadas ya debido a las arbitrariedades del sultán, que pudo ser aprovechado por el Gobierno español para intervenir en Marruecos. Además de encauzar las relaciones con el reino alauita mediante un acto de firmeza, único argumento que parecía entender Muley Abderramán, una acción de esta naturaleza podría haber servido para aglutinar al país en torno a una causa, apartándolo de sus miserables luchas intestinas. En último término, el Gobierno español pudo descansar poco tiem-po en las seguridades y en las solemnes promesas del sultán. Pocos meses después de firmarse el convenio, comenzaron a reproducirse los abusos y los atropellos contra los españoles y sus intereses, en una dinámica que ter-minaría desencadenando la guerra de África en 1859. En esta ocasión, la diplomacia dejó paso a la fuerza, las armas obligaron al sultán a ceder y se obtuvo la deseada ampliación de los términos territoriales de Ceuta y Melilla, pero pronto se vería que una guerra como aquella tampoco era la solución para las desavenencias entre ambas naciones, ya que una cosa era vencer a los marroquíes en los campos de batalla y otra bien distinta ocupar el país. Es muy posible que la solución no se encontrara ni en la diplomacia ni en la guerra, sino en una política que hubiera sido capaz de formular una combinación afortunada de ambas. Revista de Historia Militar, 116 (2014), pp. 243-282. ISSN: 0482-5748


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