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AEROPLANO 30

A propósito del cuadro de Alfonso XIII y Juan Olivert en el Ayuntamiento de Paterna Pensamiento de un piloto de los primeros tiempos RAFAEL MURCIA LLORENS Historiador aeronáutico Miembro correspondiente del SHYCEA Durante siglos el sueño de la Humanidad había sido volar. Como los pájaros, 4 según los diseños de Leonardo o construyendo artilugios menos pesados que el aire, varios siglos después que éste. Lo que sentían y pensaban aquellos aeronautas es algo que, quizás, la mayoría de los actuales aficionados o profesionales de la Aviación no habrán antes tenido en cuenta. El aspirante actual a piloto, al sentarse por primera vez frente al tablero de mandos, lleva a su lado a un instructor experto, con suficientes horas de vuelo y, alrededor de él, un avión seguro y evolucionado, cuyo modelo lleva años en uso, del que se conocen todas las particularidades y sus mínimas reacciones, sus debilidades y rendimientos. Todas las aeronaves de hoy vuelan aproximadamente igual, con ligeras diferencias de comportamiento entre ellas. El piloto de un determinado tipo puede soltarse en cualquiera de los otros existentes sin más que un ligero ejercicio de acomodación o, si de un avión grande se trata, un curso teórico, horas de simulador y algo de manos sobre él. Trasladémonos a los comienzos del siglo XX, cuando los Wright bajaron de sus planeadores para poner en marcha el motor del primer Flyer y dar el pequeño salto inicial en Kitty Hawk, tenían experiencia en dejarse deslizar en aquellos juguetes del viento, pero inmediatamente se dieron cuenta de que llevar una hélice impulsora era diferente cosa, el comportamiento de la máquina voladora no tenía mucho que ver. Inmediatamente después, en Europa, empezaron a construirse distintos aparatos, cuya aerodinámica variaba notablemente de unos a otros, no hay más que ver las enormes diferencias de diseño, tamaño y colocación de planos de control y sustentación, así como emplazamiento de los motores, sin contar el enjambre de infernales artefactos voladores que eran fruto de la equivocada intuición de sus inventores, cuyas teorías no llegaban a sustentarse, como el propio aerodino, monstruosos y complicados aparatos que al pretender dar el salto al aire se desarmaban estrepitosamente causando enormes cataclismos. De esta manera, menos de seis años tras el primer vuelo americano de 1903, media docena de tipos de máquinas voladoras, tal como se las denominaba entonces, lograban apenas alzarse del suelo. En 1906, tan sólo treinta años antes, día por día, de la fecha de mi nacimiento (y esto no deja de impresionarme) Santos Dumond protagonizaba el primer salto europeo de unos cuantos metros, con un aeroplano que, visto hoy en fotografía, reunía las peores condiciones que a nadie se le pudiera ocurrir para mantenerse en el aire. Pero quiero plasmar algo que desde hace mucho me preocupa, y es lo que debía pasar por la cabeza de los hombres encargados de hacer despegar aquellos primitivos engendros voladores, gente valiente y esforzada cuyo desprecio a la vida debía ser su principal defecto, o virtud. Leyes y teorías físicas acerca del fundamento del vuelo de los más pesados que el aire, y las de la propia Aerodinámica, sí eran conocidas, poco o nada en relación con la práctica de las mismas, había que empezar por el principio y avanzar muy poco a poco, el pilotaje se me representa algo tan azaroso como la doma de un potro cerril, aunque en esto sí que había experiencia, todos los potros eran similares y se venían domando desde milenios, dos cosas que, en absoluto, ocurrían con los aeroplanos. Estos, en nada se parecían unos a otros y se ignoraban sus reacciones. La experiencia humana con las máquinas de transporte o vehículos a motor, en los comienzos del siglo XX, era ciertamente escasa, dejando aparte los ferrocarriles y barcos de vapor, cuyo manejo no tiene parangón alguno con lo que nos ocupa; existían automóviles y motocicletas en número insignificante, siendo los únicos que utilizaban motor de explosión. La fábrica italiana de motocicletas Anzani fue la primera que derivó su fabricación hacia la industria aeronáutica (tras los pioneros Wright, fabricantes de bicicletas), construyendo el famoso motor tricilíndrico que equiparía a la mayoría de los aeroplanos de la época, a pesar de sus innegables limitaciones y falta de fiabilidad. A decir del mecánico jefe de la industria Blèriot, se trataba de “un engendro maldito que escupía aceite por todos sus orificios y juntas y en el que no se podía confiar”, sufriendo el piloto la suciedad e, incluso, las quemaduras. Menos de seis años tras el primer vuelo americano de 1903, media docena de tipos de máquinas voladoras, tal como se las denominaba entonces, lograban apenas alzarse del suelo >


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