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AEROPLANO 31

transcurrió con total normalidad hasta las proximidades de la ciudad de Tenerife, en cuyo aeropuerto de Los Rodeos debía tomar tierra, pero al que nunca llegaría. Tras haber mantenido contacto en varias ocasiones con la torre de Los Rodeos, sin manifestar la existencia de problemas a bordo, desde poco después de las 02:00 horas los intentos de comunicarse con él fueron en vano. Finalmente, se supo que se había estrellado en un bancal del paraje del término municipal de La Esperanza conocido como El Roquillo, situado a unos 5 kilómetros al sur-suroeste de la pista 30 del aeropuerto tinerfeño. A las 01:30 horas, el parte meteorológico (QAM) correspondiente a Los Rodeos daba 8/8 de estratos de 0 a 40 metros (QBB) y una visibilidad horizontal (QBA) de dos a tres kilómetros. A posteriori se supo que el primer piloto había comunicado al Ministro de Trabajo que las condiciones para tomar en Los Rodeos eran malas, pero que iba a hacer un intento de aterrizaje y que, si no era posible lograr éste, pondría rumbo a Gando. Lo cierto es que, en el intento, el plano izquierdo chocó con unos eucaliptos de 15 metros de altura, el avión se encabritó –bien por efecto de la colisión o como reacción instintiva del piloto–, perdió velocidad y se desplomó, tocando el suelo en posición de tres puntos y deslizándose unos 15 metros por él hasta que se interpuso en su camino una “trinchera” de alrededor de un metro de altura, contra la que impactó y en la que se dejó ambos motores, la totalidad de la carlinga y la parte delantera de la cabina de pasajeros. En un informe que remitió al Ministro el 7 de abril, el Jefe del Estado Mayor del Aire afirmaba lo siguiente: “Del informe remitido por el Excmo. Sr. General Jefe de la Zona Aérea de Canarias, así como de la información sumaria instruida, parece ser (sic) que el accidente tuvo lugar a consecuencia de haber confundido el piloto las luces de balizaje del aeropuerto con una calle (sic) fuertemente iluminada del pueblo de La Esperanza. No obstante, no puede descartarse la posibilidad de que fuera debido a otras circunstancias, ya que habiendo fallecido todos los componentes de la tripulación, no ha sido posible confirmar tales extremos.” Los infortunados tripulantes eran el comandante Eduardo Romero Baltasar (primer piloto), el capitán Manuel López Pascual (segundo piloto), el sargento primero Juan Pablos Fernández (radio) y el sargento Saturnino Ignacio Lecuona Sagasti (mecánico). El camarero de a bordo, soldado Ricardo Sahogar Móstoles, resultó herido muy grave, pero logró sobrevivir. Los pasajeros sólo sufrieron heridas leves. El 30 de junio de 1971, el T.3-37 (461- 33, “Zorro” 33), del 461 Escuadrón del Ala 46, había sido programado para efectuar un vuelo de estafeta desde Gando a El Aaiún, llevando una carga de 2000 kilos de víveres y material diverso. Además, estaba previsto que se aprovechara este servicio para dar doble mando al segundo piloto7. En la plataforma de estacionamiento fueron efectuadas dos inspecciones exteriores del avión, sin novedad, y en la cabecera de la pista 03 las comprobaciones y pruebas reglamentarias. Aproximadamente a las 18:00 horas, y yendo en el puesto del primer piloto el teniente al que se le iba a dar doble mando, se inició la carrera de despegue, y una vez recorridos 200 metros, cuando ya se había levantado la cola, súbitamente el avión se desvió a la derecha de la pista tomando un rumbo de 50º y se salió de ella. Dada la existencia de un gran desnivel en esa dirección y que el terreno era pedregoso, los pilotos no intentaron quedarse en tierra, así que se fueron al aire sin que se hubiera alcanzado la velocidad crítica para ello; acto seguido, para ganar velocidad, subieron el tren, pero el avión, en su desvío, había quedado aproado a las edificaciones de la Base. Lograron evitar la colisión actuando enérgicamente sobre el mando de profundidad, pero, falto de velocidad, el avión entró en pérdida y se precipitó al mar frente a la playa de Arinaga, partiéndose en tres al entrar en contacto con el agua. En el accidente perdieron la vida los tenientes Baltasar Peláez Fernández (primer piloto) y Francisco Jiménez González (segundo piloto) y el subteniente Pedro Escobar González (radio), y resultaron heridos menos graves los sargentos primeros mecánicos Sebastián Suárez Miranda y Antonio Vargas Aguilar. Según declaraciones posteriores de estos dos últimos, los motores funcionaron perfectamente en todo mo- El 12 de agosto de 1976, el T.3-10 fue entregado por una tripulación del 721 Escuadrón a la Maestranza Aérea de Madrid, para su posterior baja. Allí estábamos para fotografiarle (J.L. González Serrano).


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