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AEROPLANO 34

Pablo Rada fue sustituido por Modesto Madariaga, pues Kindelán exigió que toda la tripulación fuera militar y el primero se había licenciado en el intervalo entre ambos vuelos. Así escribía Ramón Franco sobre Madariaga: Mecánico recién salido de la Escuela de Sargentos, que había hecho el magnífico raid a la Guinea con tres Dornier mandados por el comandante Llorente y era un muchacho muy respetuoso y trabajador, nada vanidoso. Aunque para mí Rada era insustituible, el único que a mi gusto podía reemplazarle era Madariaga, que fue el designado. Aprovechando la luna de mayo, se iniciaron las pruebas del nuevo Dornier 16 desde Cádiz, donde había sido fabricado. Cargado con 3.600 litros, fue tripulado por Carlos Haya (piloto especialista en vuelos nocturnos), Ramón Franco y Modesto Madariaga, como mecánico. Despegaron a mediodía y volaron hasta las diez de la mañana del día siguiente. Fue un vuelo de prueba en condiciones de muy mala visibilidad y con lluvia torrencial. Finalizado el vuelo de prueba de 20 horas, al avión se le colocaron depósitos de combustible de 4.150 litros adicionales para aumentar al máximo la autonomía. En la mañana del día 21 de junio, previsto para iniciar el vuelo, Madariaga se produjo casualmente una herida en el cuero cabelludo, por lo que tuvieron que darle cinco puntos de sutura, pero aún con la cabeza vendada, se encontraba listo para volar. Por fin, a las 16:35 horas, Franco, González-Gallarza, Ruiz de Alda y Madariaga, despegan con el Dornier desde Los Alcázares (Murcia) rumbo a Nueva York vía las islas Azores. Pero el vuelo fue más corto de lo esperado. La falta de combustible, errores de navegación, adversidades meteorológicas o por todas estas causas juntas, se vieron obligados a amerizar en pleno Atlántico a las pocas horas de haber despegado del Mar Menor y esperar a una mejoría del tiempo. El viento les había hecho derivar demasiado y no encontraban el archipiélago de las Azores. A medio día pudieron situarse mediante navegación astronómica y descubrieron que habían sobrepasado las islas, por lo que despegaron con rumbo a Horta, una de las islas de las Azores, con solo 350 litros de combustible en los depósitos. Con un fuerte viento en cara, intentaron volar al punto previsto pero, por falta de combustible, se les paró el motor delantero y casi enseguida el trasero cuando estaban a unos 100 km de Horta, por lo que tuvieron que acuatizar de nuevo. Y aquí comienza su odisea. Con la radio estropeada y mar gruesa, solo esperaban Dotación del tercer aparato del vuelo a Guinea, formada por Ignacio Jiménez Martín, jefe de escuadrilla, Niceto Rubio García, oficial aviador, Antonio Cañete, oficial observador y Modesto Madariaga, mecánico. que los avistara algún barco. El día 23 iniciaron el racionamiento de víveres, tomando un desayuno de café o chocolate y dos comidas, con un huevo de plato fuerte, una rajita de lomo o unos gramos de jamón, unas galletas y algo de postre. Consiguieron arreglar el aparato de radio y lanzaban cada día dos mensajes “SOS” de socorro pidiendo ayuda, pero en cinco días nadie dio señales de vida. En la tarde del día 26, el cielo se tiñó de un color amenazante, indicando que se avecinaba un temporal del Oeste. La tempestad duró más de cinco horas, durante las cuales estuvieron en peligro de volcar. Para evitarlo decidieron llenar de agua el flotador derecho, pero para ello tenían que abrir los registros que eran materialmente barridos por las olas. Madariaga, con peligro de ser arrastrado por el mar, se encargó de ello. En cuanto se llenó el flotador, el hidro recobró su estabilidad que no volvió a perder, pero el violento temporal hizo que los tripulantes temieran por sus vidas, sin que por ello su ánimo flaquease en ningún momento. El amanecer del día 28 fue de mar en calma, viento flojo y mejor aspecto del cielo. Este día Madariaga que se encontraba agotado, permaneció echado y solo se levantó a las horas de la frugal comida, que ya solo consistía en un huevo, 25 gramos de chocolate y cuatro galletas. Por fin, en la madrugada del día 29 de junio, fueron avistados por el buque británico “Eagle”, que los recogió y los llevó hasta Gibraltar, donde los recibió un gran gentío junto a las autoridades inglesas de dicho lugar, así como las españolas del Campo de Gibraltar y una verdadera nube de periodistas. A Madariaga le quedó para toda su vida como recuerdo de este accidentado vuelo una cicatriz en la sien, resultado de una herida que se hizo al golpearse con un alerón del Dornier. En Gibraltar y en toda España se prepararon recibimientos populares para agasajar a los tripulantes del vuelo. Se sucedieron numerosos homenajes en su marcha hacia Madrid y en todas las estaciones en que se detenía el tren recibían la admiración de una multitud de entusiastas. El recibimiento dispensado en la estación de Atocha el 4 de julio a los tripulantes y a los oficiales del Eagle fue una muestra de indescriptible entusiasmo popular. La comisión oficial de recibimiento estuvo presidida por el Príncipe don Alfonso en nombre de su padre el rey Alfonso XIII. En la estación, Madariaga fue prácticamente secuestrado por la multitud, que lo lleva a hombros hasta la calle de Santa Isabel, donde un grupo de sargentos y una carga de la policía consiguen rescatarle e introducirle en un coche que se une a la comitiva oficial que los lleva a saludar a la reina Victoria Eugenia. En el Palacio Real, la Reina ofreció un banquete a los náufragos y a sus compatriotas británicos salvadores. Numerosas ciudades quisieron homenajear a los tripulantes. Toledo, por ser Madariaga oriundo de su provincia, también quiso sumarse a los festejos en honor de su conciudadano y, el 11 de julio, acompañado por su hermano León y por el alcalde y secretario de Corral de Almaguer, marcha en tren a la capital, donde fue recibido en la estación por el presidente de la Diputación, el alcalde de la ciudad y el vicepresidente de la Diputación –Conde de Casa Fuerte– que le acompañaron en 33


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