Page 211

RHM 121

210 MANUEL MONTERO GARCÍA demostró, por su patriotismo y por la relación paterno-filial establecida con los soldados: estas tres son las notas más admiradas. Así explica un soldado el combate en que obtuvo una medalla: “Llevábamos un capitán muy celoso por la patria”, los soldados les seguían como “sus hijos”, iban tras “las huellas de su valiente padre”. El mérito de la victoria lo atribuía al valor del mando. El suyo, si se concedían alguno -no lo mencionan en sus cartas-, los transfieren siempre al superior. Es el mismo argumentario que desarrollaba Martín Careaga al narrar el combate que entabló en Filipinas. “Nuestro capitán al ver que nos hicieron fuego mandó de frente y paso ataque … y allí gané una cruz que ahora me mandarán”. El soldado llegó a ganar tres cruces pero en sus cartas no las menciona como mérito personal, sino del capitán. El esquema interpretativo se repite varias veces. Cuando cuentan una acción victoriosa en la que no han participado y transmiten el relato de otros soldados, ensalzaban ante todo el comportamiento del mando, del que parece depender todo. Sería un estereotipo, pero habían arraigado bien en la mentalidad de los soldados. En las cartas subyace la idea de que el resultado de la guerra quedaba asociado al valor del mando. No al propio –aunque alguno demostraron- ni a la capacidad o preparación de jefes y oficiales, aspectos que no figuran en sus consideraciones. Desde su perspectiva lo fundamental era la valentía y el arrojo, los atributos de los mandos por los que muestran admiración. Lo cuenta José García, un soldado experimentado que era voluntario. Habían llegado a un pueblo del norte de Cuba, tras complicadas operaciones, y los insurrectos les amenazaron con machetearlos –el miedo al amachetamiento estaba bien arraigado en el imaginario de los soldados-. Pues bien, “le dijo nuestro capitán que mientras que no le mataran a él, que no se entregaba”. En su relato esta respuesta, de evocación heroica, juega un papel central y explicativo. A todas luces, les resultaba tranquilizadora. No es el único ejemplo de este tipo. A veces los soldados identificaban el arrojo del mando con severidad. Sucedía así cuando el oficial se mostraba riguroso o cruel con el enemigo, actitudes que no solían criticar y algunos ensalzaban. Un ejemplo lo encontramos en el relato de una larga operación por la manigua que tuvo lugar en noviembre del 97. Un día apresaron a un insurrecto –un cubano que llevaba dos caballos e iba armado, sin noticias de que tuviese algún papel militar-. “Al poco rato mandó el Teniente Coronel que se le daría machete, que así se concluye la guerra, que con política no se arregla nada”. Dos soldados le dieron cinco machetazos, “allí quedó tendido en el campo”. Tal ejecución sumaria se produjo cuando el general Blanco quería humanizar la guerra, acabando con la agresividad represora que se atribuyó a Weyler. El incidente revela que el cambio estratégico no era compartido por todo el ejército, pero desde el punto de vista que lo analizamos aquí lo importante es que tal Revista de Historia Militar, 121 (2017), pp. 210-234. ISSN: 0482-5748


RHM 121
To see the actual publication please follow the link above