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220 MANUEL MONTERO GARCÍA Como con la comida, desde la primavera del 96 no vuelven las quejas sobre deficiencias en la indumentaria. Sólo una carta de septiembre del mismo año advertía que, si llovía, en las marchas era frecuente quedarse descalzo. “Se pone de barro hasta los rodillas” “no se puede gastar más que alpargatas y ellas bien amarradas con buenas correas y con todo todavía creo que las suelen dejar entre el fango”. Otros motivos de queja: los retrasos en el cobro de la soldada, además de la general de que apenas les llegaba para los gastos -“no se puede escribir mucho porque cuesta mucho el sello”: hubo muchos que escribieron en este sentido- y la necesidad de ir constantemente armados si salían del cuartel17; ésta debió de ser una instrucción general que les resultaba pesarosa. Una última queja, que expresan varias cartas y se intuye en otras, era de índole sicológica. Los soldados se sentían aislados, al quedarse sin contacto con sus amigos. Lo expresaba bien uno que en septiembre de 1897 llevaba 28 meses en Cuba: “en todo lo que llevo corrido en el tiempo que soy soldado y muchos batallones que he visto, no he podido conseguir verme con ninguno del pueblo”. En el viaje los soldados se apoyaban en sus conocidos. Luego, hacen constar muchos, quedaban separados. Si se encontraban con algún vecino cuentan la alegría y celebración. En general, procuraban saber dónde estaban los amigos, cómo les iba la guerra, pues transmitían noticias indirectas de si seguían con vida, entraban de asistentes, habían caído enfermos, regresado a España o muerto. Es una cuestión clave para evaluar la moral de los soldados, para los que tenía especial importancia el contacto con los de su pueblo. Por la cantidad de quejas y la evidencia de que pocos vecinos tuvieron el mismo destino y nunca en la misma unidad (al menos, en los datos que tenemos, que son varias decenas) debe entenderse que el ejército dificultó coincidencias de soldados de la misma localidad, para evitar solidaridades (y tensiones) locales que se impusiesen sobre las derivadas de la pertenencia al mismo cuerpo. Tenía su importancia, pues en la mentalidad de los soldados la proximidad familiar y la vecindad definían los estadios sociales más próximos, por encima de cualquier otro criterio, incluyendo los que suelen entenderse como proximidad de clase. Describían el ámbito social en el que se sentían inmersos. Los soldados combatían junto a hombres de otras procedencias, con los que compartían riesgos y fatigas. Pues bien: en el centenar largo de cartas que hemos estudiado no motivan ninguna expresión 17  “Aquí no hacemos más que comer, beber ron y pasear. Ahora, que tenemos que salir a paseo con el fusil y los cartuchos”, Zuloaga, San Luis; Gandarias estaba también en San Luis y contaba lo mismo: “aquí no se puede salir uno solo de paseo, siempre unos 6 o 7 y con el fusil y los cartuchos y no hay que fiarse de nadie” Revista de Historia Militar, 121 (2017), pp. 220-234. ISSN: 0482-5748


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