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224 MANUEL MONTERO GARCÍA gusto… estoy muy bien”. No parece que fuese para tranquilizar a la familia. Las opiniones de este tenor salpican las cartas de estos meses. No había insurrectos o no tropezaban con ellos, por lo que la conclusión era unánime: la guerra estaba para concluir. “Esto no tiene trazas de que dure mucho” (septiembre de 1896). “De aquí iremos a nuestras casas” (febrero del 97). Aquello estaba acabado y “podía estar concluido ya esto” si no fuera por lo que hizo Martínez Campos, se aseguraba. Los insurrectos no eran más que bandoleros, ladrones, traidores y cobardes, gente que no quería trabajar. Y hubo un momento de euforia, cuando la muerte de Maceo. “Parece mentira el regocijo que se ha armado aquí”. Hubo música y gritos repetidos de “Viva España” cuando llegó el parte oficial. En este periodo, para los soldados era artículo de fe que la guerra iba hacia su final. “Por aquí se dice que se termina muy pronto”. “Si esto es guerra, que nunca cese”. “La guerra está acabada”, aseguraba taxativo un soldado que confiaba estar en Navidad en casa. Sólo quedaban flecos, que los insurrectos pagasen los perjuicios que habían hecho a España. Cuando se fijase la indemnización regresaban. “Ya está muy paralizado todo”. Ya no era como antes, “de modo que está terminado ya todo”. Muchos mambises se entregaban. “No hay que tener miedo al plomo”: la moral estaba pletórica. De pronto los entusiasmos se desvanecieron. Fue en junio de 1897: el tono de las cartas cambió drásticamente. Se volvió agrio, pesimista. Sin dudar de la victoria, los soldados dejaron de verla cerca. Se produjo la desmoralización de la tropa. El corte fue brusco y general. Los soldados en Cuba estaban muy alejados entre sí, sus fuentes de información eran muy diferentes y en lo fundamental sus opiniones dependían de sus experiencias, situadas a kilómetros de distancia. Aun así, fueron unánimes. El desaliento se deja ver en todos, que relatan de nuevo padecimientos y transmiten la sensación de apuros militares. En el trasfondo de la repentina desmoralización estuvo la prolongación de la guerra. Los quintos que habían confiado en el inminente final vieron que la guerra continuaba, que seguía todo igual –por emplear una de sus apreciaciones -. Además, los insurrectos retomaron iniciativas de importancia local. Contra lo que se había dicho, la muerte de Maceo no había acabado con la rebelión. Pero hubo un factor decisivo en el súbito cambio de ánimo: las enfermedades21, que desde finales de la primavera comenzaron a castigar al ejército español. Eran consecuencia indirecta de una decisión 21  Vid. ESTEBAN MARFIL, Bonifacio de: La guerra de Cuba (1895-1898), como caso paradigmático de las enfermedades infecto-contagiosas, en CAMPOS MARÍN, Ricardo; MONTIEL LLORENTE, Luis; HERTAS, Rafael (eds.): Medicina, ideología e historia en España (siglos XVI-XXI), CSIC, Madrid, 2007, págs. 435-445. Revista de Historia Militar, 121 (2017), pp. 224-234. ISSN: 0482-5748


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