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REVISTA DE HISTORIA MILITAR 122

LA ACADEMIA GENERAL MILITAR 1927-1931: Segunda fundación 27 do a un plan de diez horas de trabajo. Las actividades se iniciaban a las seis de la mañana con el toque de diana que daba paso al aseo personal, tomarse un café con leche (la vaca, en el argot académico) y pasar la lista de ordenanza. Una hora más tarde, a las siete, comenzaba la clase de gimnasia y equitación, a la que seguía la correspondiente ducha y, a las ocho y media, el desayuno. De las nueve a la una menos diez de la tarde, se sucedían dos clases teóricas de cincuenta minutos y, entre ambas, una clase práctica de una hora y media.26 A la una de la tarde sonaba el toque de fajina y se iniciaba la comida. De dos y media a cinco de la tarde se reservaba para instrucción táctica o tiro, periodo al que seguía una hora de recreo. A las seis y cuarto comenzaban dos horas y media de estudio, que daban paso a la cena, a la retreta y, a las diez de la noche, al toque de silencio. Este horario general, vigente de lunes a viernes, sufría ligeras modificaciones para adaptarlo a la climatología invernal (se retrasaba todo quince minutos y la clase de gimnasia y equitación se realizaba a media mañana), a los sábados (se suprimían las actividades de la tarde y se autorizaba la salida a Zaragoza de cuatro a nueve de la tarde) y a los días festivos (se retrasaba media hora el toque de diana, se sustituían las clases por un par de horas de estudio y, tras la misa, el toque de marcha autorizaba el paseo de dos y media a ocho de la tarde). Esta organización de las jornadas de trabajo pretendía ajustar la vida de los cadetes al régimen de cuartel e imbuirles los hábitos propios del soldado y de la profesión militar. Se trata de un horario exigente, pero equilibrado, tanto en la alternancia de clases teóricas y prácticas como en la distribución del tiempo dedicado al trabajo, al descanso y al sueño. El alojamiento, la alimentación y la higiene eran tres aspectos interrelacionados a los que se les dedicó máxima atención. La alta mortalidad de la tropa, en los cuarteles europeos, se acentuaba en el caso de España. La insalubridad de los edificios, muchos procedentes de la desamortización de Mendizábal; el hacinamiento y la falta de higiene personal; las carencias sanitarias; la desnutrición… provocaban más bajas que las acciones de combate. Los higienistas europeos del siglo XIX tomaron conciencia de la incidencia de estos problemas en la salud e impulsaron programas para mejorar las condiciones de vida de la población. En el ámbito militar, la solución inmediata fue la construcción de cuarteles con pabellones aislados. Estas corrientes, al llegar a España; donde confluyeron con las propuestas de la Institución Libre de Enseñanza; fueron acogidas por los médicos e ingenieros militares y sirvieron de fundamento a los nuevos reglamentos. Respecto al alojamiento, tal como relata el coronel Campins, se optó por el dormi- 26  Memoria del curso 1928-1929. Academia General Militar, Zaragoza. Revista de Historia Militar, 122 (2017), pp. 27-60. ISSN: 0482-5748


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