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REVISTA ESPAÑOLA DE DEFENSA 352-

LA Academia General del Felipe VI y el director de la Academia, coronel Miguel Ivorra, junto al cartel conmemorativo de la creación del centro, en 1943. Aire es, desde 1943, el pilar de la formación aeronáutica de los futuros oficiales del Ejército del Aire. Más de 10.000 alumnos han pasado desde entonces por sus aulas. Aquellos que aspiran a convertirse en pilotos aprenden el arte de volar en la base aérea de San Javier (Murcia) a los mandos de los aviones T-35 Pillán y C-101 Mirlo. Sus predecesores lo hicieron en el Bucker Bu 131, el Beechcraft T-34 Mentor, el North-American T-6 y el Hispano HA-200 Saeta. El pasado 11 de junio muchos oficiales del Ejército del Aire, retirados o en activo, volvieron a reencontrarse con sus profesores e instructores a orillas del Mar Menor. Fue durante el festival aéreo internacional con el que la Academia ha conmemorado el 75 aniversario de su creación. De nuevo, sentían el efecto de la adrenalina, ahora mirando al cielo, con las pasadas «históricas» de los Bucker de la Fundación Infante de Orleans o los vuelos al límite de los C-101 de la patrulla Águila y de otras aeronaves militares de España, Italia y Estados Unidos, junto a la Patrulla Acrobática de Paracaidismo del Ejército del Aire, la PAPEA. Bajo un sol de justicia en las playas de Lo Pagán, La Ribera, Los Alcázares, y La Manga, más de 300.000 personas presenciaron saltos arriesgados y maniobras espectaculares de aeronaves de instrucción biplanos y a reacción y de ala rotatoria, de combate, de vigilancia marítima, de transporte, de lucha contra el fuego y de reabastecimiento en vuelo, así como de helicópteros de ataque. Entre los invitados a la exhibición se encontraba un alumno de excepción de la AGA: el rey Felipe VI. Junto a otros compañeros de promoción —la XLI—, el monarca rememoró su paso por la Academia, donde aprendió a pilotar durante el curso 1987-88 a los mandos del T-34, el C-101 y el C-212. VUELOS DE ALTO RIESGO Ocho saltadores de precisión de la PAPEA abrieron el festival desde 2.000 metros de altitud portando una bandera del Ejército del Aire de 47 metros cuadrados y otra de España de 70. También descendieron agrupados en formaciones imposibles como los «espejos invertidos» de dos y tres personas, figuras propias de la modalidad de «relativo de campana ». Los paracaidistas tomaron tierra en la playa, junto a la terraza del Centro Deportivo Sociocultural de Suboficiales Fernández de Tudela, donde se encontraba Felipe VI acompañado por el presidente de la Comunidad Autónoma de Murcia, Fernando López Miras; el jefe de Estado Mayor del Ejército del Aire, Javier Salto, y la presidenta de la Asamblea regional, Rosa Peñalver, entre otras autoridades civiles y militares. La caída pausada y silenciosa de los paracaidistas de la PAPEA contrastó con la entrada acelerada y ruidosa por poniente de un avión Lasser Z300. A los mandos, el piloto acrobático Jorge Macías, un «pura sangre de la aviación deportiva» —como fue descrito por el relator del festival aéreo a través de la megafonía— que consiguió poner el corazón de los espectadores en un puño cuando, por ejemplo, ejecutó giros de 420º por segundo sobre su eje longitudinal —«toneles»—, o trepadas verticales de hasta 1.000 metros de altura para detenerse en el aire y dejarse caer a continuación. La adrenalina siguió precipitándose sobre el Mar Menor con la intervención del primero de los aviones a reacción de la demostración aérea: un Aermacchi 346, el entrenador avanzado italiano 42 Revista Española de Defensa Julio/Agosto 2018


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