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Incluso la teoría política está cambiando. Fukuyama erró al considerar que la victoria de Occidente traía el «Fin de la Historia», que la democracia progresaría sin obstáculos hasta los lugares más recónditos; que unos llegarían antes y otros llegarían más tarde siendo inevitable que llegáramos todos. Resultó ser falso, ahora ya lo sabemos. Hoy, relativamente debilitado el mundo occidental, el totalitarismo —antes extenso y exótico pero de alguna manera lejano-— reclama de nuevo su espacio y muestra su éxito sin complejos en la globalización económica. Que nadie de por hecho que la democracia sea capaz de sobreponerse a este estado sin esfuerzo, que esa suerte de superioridad moral —a veces un poco altanera— sea suficiente porque quienes lo dan por hecho no consideran necesaria su defensa, y porque la humanidad no siempre ha caminado hacia un mejor futuro. NUEVOS Y VIEJOS ACTORES China es la gran triunfadora de la globalización. El país asiático ya es una superpotencia: es un coloso político, económico, tecnológico y militar que tiene intereses globales en las inversiones, en las finanzas o el comercio y que muestra un voraz apetito por las materias primas de África o América Latina. La OTAN no puede ignorar la existencia de la segunda economía del planeta y el segundo inversor en defensa. Es preciso consolidar con China nuevos canales de diálogo. Rusia, por su parte, está en busca del espacio perdido tras el derrumbe del coloso soviético. El Kremlin ha reiterado en numerosas ocasiones su incomodidad respecto de la arquitectura de seguridad imperante en Europa desde la caída del Muro de Berlín. Defiende su retorno a la calidad de superpotencia, su voluntad de ser escuchada, tomada en consideración, incluyendo el derecho a contar con un cinturón de países neutrales o neutralizados que nos devuelvan a Yalta, que alejen cualquier presencia occidental y garanticen su seguridad. La Unión Europea y la OTAN defienden, al contrario, la libertad de los estados en sus relaciones internacionales. Vladimir Putin considera a Occidente como una amenaza; pero el problema de la nomenclatura rusa no es el peso militar de Occidente, que sabe que es defensivo y que nunca iniciará un ataque. Su temor real es el modelo democrático, es el mal ejemplo. Y lo combate. Así las cosas, una Rusia en proceso de reformas sería una excelente noticia. Al contrario, nadie pudiera desear una Rusia inestable. En cuanto a Estados Unidos, conviven su liderazgo en la defensa aliada y su tradicional inclinación aislacionista, reflejando las dos almas de un país ante una encrucijada renovada. En la tensión entre ambas almas se sitúa una relación transatlántica hoy más compleja que ayer pero igual de imprescindible que entonces y que sigue siendo vital para un mañana en el que queramos mantener nuestra forma de entender la vida y una sociedad en libertad. Porque EEUU sigue siendo el único actor democrático verdaderamente global y, por lo tanto, el liderazgo de EEUU en ese aspecto hoy sigue siendo irremplazable. Respecto a Europa, está intentando salir adelante de una serie de crisis que han ido amontonándose, como la migración masiva, la situación financiera, el surgimiento del populismo o el Brexit y que unos querrían solucionar con más Europa mientras otros entienden que el sueño europeo limita con una soberanía nacional preeminente. Y, evidentemente, en este mundo menguante, también surgen las diferencias en la relación transatlántica. Pero no son nuevas, las hubo en los tiempos de Irak bajo el mandato del presidente Bush; ocurrió mucho antes durante la crisis del canal de Suez de 1956; e incluso hubo momentos de gran tensión que llevaron a la OTAN a dar un portazo en París y trasladar La democracia no podrá sobreponerse sin esfuerzo a los envites de un mundo cambiante Abril 2019 Revista Española de Defensa 23 OTAN


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