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Memorial de Infantería 72

BIBLIOGRAFÍA gía de antaño. No es el protagonista absoluto, puesto que la narración salta de un bando a otro, cambiando de perspectiva con interesantes aportaciones sobre otros actores, particularmente del zar Alejandro. Sin embargo, conforme se avanza en la lectura crece la impresión de que se dispone de mejores fuentes desde el campo fran-cés, algo lógico tanto por el grado de alfabetización en Francia, como por la plena conciencia de los miembros del la Grande Armée de participar en una gran gesta. Hay muchas lecciones militares que, afortunadamente, solo podemos aprender a través de los testimonios de estos soldados, puestos a prueba bajo condiciones verda-deramente límites, y que la mayoría no pudieron superar, pese a sus desesperados esfuerzos para aferrarse a la vida. La narración es amarga, pero a la vez interesante y extra-ñamente atrayente. Las desgracias comienzan en verano, con un calor insufrible y fuertes contrastes de tempera-tura. El sistema de marcha napoleónico, que conseguía un mayor ritmo que sus adversarios a costa de vivir con lo mínimo (algo necesario y periódicamente repetido por grandes soldados, pero llevado al extremo), y de dejar atrás a los que no podían seguir la progresión, que con-tinuaban marchando hasta incorporarse. Fue imposible en este escenario. Nada más entrar en Rusia la escasez de recursos se hizo patente, la dificultad de encontrar-los sobre la marcha fue aumentando progresivamente al paso de las unidades que, careciendo de todo, no podían dejar nada para las de retaguardia. Mucho menos para los rezagados. Un volumen tan extenso y de gran calidad encierra mu-chas cumbres. Una de ellas es la batalla de Borodino –muy bien narrada– en la que Napoleón (que había asu-mido con confianza grandes riesgos en otras ocasiones), no se atrevió a emplear la Guardia para desequilibrar definitivamente a un enemigo tambaleante. Las bajas fue-ron impresionantes en ambos bandos, pero los rusos no necesitaban obtener una victoria decisiva, vital para Bo-naparte. A partir de ese momento, y tal como actuaron los rusos, difícilmente había opciones de triunfo, si es que alguna vez existieron. El frío, el hambre y la muerte son constantes, siempre creciendo en intensidad (algo que a mitad de libro pa-rece ya imposible) hasta el capítulo 22, “El Imperio de la Muerte”. También sufren mucho los rusos, pero hay me-nos testimonios y más indirectos, y actúan a remolque de los franceses. Así no nos sorprende, cuando llega, la pérdida de todo vestigio de humanidad en muchos in-dividuos normales, que llegaron a inusitados extremos de salvajismo. La aventura de los civiles: vivanderos, fu-lanas, amantes, cómicos, niños adoptados, o sirvientes de algunos oficiales nobles, es aún peor, como siempre 100 sucede con los más débiles, muy en especial las mujeres forzadas a la prostitución como medio de obtener co-mida cuando faltaba aquel de quien dependían. Lo que sí puede sorprender al materialista lector moderno, quizá sea el comportamiento opuesto, es decir, los individuos dando lo mejor, sin nada que ganar, y que con una brizna de humanidad lo arriesgaban todo: hubo devoción al de-ber, lealtad, piedad, compañerismo, bondad y humanidad extremos. Héroes, generalmente sin gloria. Un ejemplo de la primera cualidad enunciada podría ser la compañía a la que el mariscal Davout ordenó hacerse cargo de su ayudante herido, el coronel con el apropiado nombre Kobylinski. Pese a los ruegos de este para que le abando-naran y se salvasen, el desconocido y único superviviente consiguió arrastrar la camilla hasta cumplimentar la or-den entregándolo en Vilna. Ciertamente hay diferencias inherentes al carácter de los individuos, pero estos rasgos naturales nos interesan menos que otros, como la importancia del ejercicio del mando. Las unidades cuyos jefes se preocuparon (dada la situación, se desvivieron) por mantener la cohesión, actividad, y disciplina, tuvieron muchas más posibilidades de sobrevivir. Lisa y llanamente. También subsistieron al-gunas bandas sin ley, pero en mucha menor medida, y a costa de otros. El entusiasmo, el heroísmo, y la disciplina de aquel ejér-cito multinacional resultan asombrosos. La realidad es que los rusos nunca fueron capaces de batirles mediante un ataque directo. Fueron desgastándolos mediante el hostigamiento (desde los omnipresentes cosacos, hasta la zona de muerte de una artillería asentada en paralelo al camino y haciendo fuego a placer). El ejemplo de los jefes, vieja lección, resultó clave. Dar órdenes sin impulso o convicción, hubiera resultado ridículo en tal escena-rio. Hay muchos buenos detalles de individuos de todos los empleo, Fue la guerra de Napoleón, pero también un poco de los coroneles. El prestigio de este empleo, que se ha mantenido hasta hoy, muy probablemente proven-ga de esta época. Entonces los regimientos combatían unidos, las distancias eran cortas, las actuaciones públi-cas, y por ello cada jefe de uno de esos bloques resultaba decisivo y lo que podían llegar a conseguir y que leemos en algunos ejemplos, impagable. Tal vez entonces sí hubo un oficio más bonito que el de capitán de infantería. Dices tú de guerra… Aquello era otro mundo, donde los generales tampoco iban a la zaga, y no solo porque caían como chinches. Por extraer un ejemplo a boleo, en el cruce del Berézina –otro prodigio militar napo-leónico– el jefe de la vanguardia, hablamos de un tipo que había gobernado Holanda, el mariscal Oudinot, reci-bió su vigésimo segunda herida, cosa que Zamoyski solo menciona de pasada. En el otro extremo y en la misma


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