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266 Revista del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE) Núm. 5 / 2015 La existencia de un caudillaje más estable facilitaba la movilización del conjunto de la tribu, que, en consecuencia, ganaba en estabilidad, gracias a las aristocracias tribales que la activaban para servicio de sus intereses.3 Todo este proceso de jerarquización podía desarrollarse más fácilmente cuando el sistema tribal no se encontraba aislado, sino en interacción con otros sistemas sociales más complejos y ricos, como solía suceder precisamente en el mundo islámico clásico. Gracias a su contacto con las áreas más urbanizadas y estatalizadas, podían recabarse variados excedentes (comercio, tributos, saqueos), capaces de alimentar este proceso de diferenciación interna. Se daba una doble paradoja: por una parte, el contacto con un sistema social no tribal lo tornaba más tribal, mientras, este sistema tribal reforzado se erigía en un obstáculo para la consolidación de las áreas urbanas y estatales y por tanto en una de las razones clave del bloqueo en su desarrollo experimentado por el mundo islámico clásico. A esta primera paradoja se añadía otra más profunda. El sistema tribal era un espacio privilegiado para desarrollar relaciones clientelistas que podían desembocar en el dominio de una aristocracia guerrera, cuyo triunfo significaba el fin de su igualitarismo originario. El sistema tribal constituiría así una especie de andamiaje para el surgimiento del Estado. Con el paso del tiempo, empero, acabó estorbando todo el proceso. Los vínculos tribales continuaban poseyendo una naturaleza parcialmente igualitaria y las instituciones tribales tradicionales conservaban algo de su originario carácter democrático. El establecimiento de una jerarquía “feudal” pura resultaba obstaculizado por los restos del igualitarismo tribal, limitando la estatalización plena de las áreas tribales, que se mantenían en una suerte de estado híbrido. De someter las áreas urbanas y estatalizadas a las tribales, las aristocracias tribales hubieran quedado plenamente integradas en el sistema estatal, destribalizándose y feudalizándose progresivamente. Rara vez los Estados han tenido esa capacidad, limitándose más bien a “encapsular” las áreas tribales, evitando el enfrentamiento directo. Sí han fomentado en cambio su diferenciación y jerarquización interna, al fortalecer sus aristocracias con la encomienda de ciertas funciones administrativas, subvencionando a cambio de su colaboración. En contrapartida, se tribalizaban también las áreas más urbanas y estatalizadas. Las dinastías gobernantes solían ser de origen tribal y trataban de conservar los vínculos con su comunidad primigenia. Gran parte del personal administrativo y militar procedía de las tribus. Como resultado, las relaciones basadas en una combinación de parentesco y clientelismo operaban también desde el aparato estatal; este se convertía en campo de batalla entre linajes rivales. Evidentemente, era difícil racionalizar una administración 3  Gregorian, V.: The Emergence of Modern Afghanistan. Politics of Reform and Modernization 1880- 1946, Standfor University Press, 1969. Pp. 39-43; Rubin, B.: The Fragmentation of Afghanistan, Yale University Press, 2002: pp. 22-32. http://revista.ieee.es/index.php/ieee


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