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REVISTA HISTORIA MILITAR 116

EL CUERPO DE CIRUGÍA MILITAR DEL EJÉRCITO A COMIENZOS... 43 poder hacer dos turnos y asistir mejor a los pacientes, siendo evacuados los más graves a hospitales próximos y los leves a los más alejados, según refie-re el Reglamento de 1739.74 Aunque los hospitales militares siguieron rigiéndose por las Ordenan-zas de 1739 a comienzos del siglo xix, la tendencia fue a aumentar las atribu-ciones de la autoridad militar en detrimento de la del contralor y del comisario, mientras que las funciones del personal sanitario siguieron siendo las mismas. Para cubrir las vacantes en los hospitales o en las unidades, el cirujano ma-yor informaba a la Junta Superior Gubernativa de Cirugía, que se encargaba de proponer a tres candidatos con el título de doctor. Por lo que respecta al sueldo, hay que decir que oscilaba entre los 2.000 rv. del cirujano mayor del Ejército y los 300 rv. del segundo ayudante de un regimiento, a los 700 rv. de un primer ayudante de hospital y los 400 de un segundo ayudante, aunque los cirujanos de la Casa Real seguían disfrutando de gratificaciones, raciones de pan, cebada y paja asignadas en campaña. El mencionado reglamento instaura una certificación anual de méritos, es decir, una verdadera hoja de servicios, que se solicitaba al coronel de la unidad, anotando méritos, faltas, años de ser-vicio, estudios, destinos y campañas en las que hubiera participado el cirujano. También determinaba las condiciones para poder retirarse y las pensiones a las que tendría derecho, lo mismo que las solicitudes de vacante o de fuero militar. En lo concerniente al cálculo de bajas, se consideraba que tras la batalla serían aproximadamente la décima parte de los soldados que componían un ejército, es decir, que de unos 100.000 combatientes habría alrededor de 10 o 12.000 heridos, que sumados a unos 10.000 enfermos, que también se acu-mularían, podrían suponer entre 20 y 22.000 pacientes, sin contar con los que hubiera abandonado el ejército derrotado en su huída, como posteriormente se verá tras la batalla de Bailén. Había autores que aumentaban el porcentaje de bajas a la tercera parte de los contendientes, incluso a la mitad, mientras que el de infecciones se valoraba en un 90%, cifras abrumadoras para los escasos servicios médicos de la época. Las propuestas que hacían todos estos manuales y reglamentos relativos a la asistencia sanitaria de los militares eran muy razonables y acertadas, el problema radicaba siempre en la posibilidad de ponerlas en práctica y mantenerlas, ya que cuando las campañas se alargaban, los recursos se agotaban. Una cosa eran los reglamentos y otra muy distinta lo que los sanitarios a comienzos del siglo xix podían hacer realmente. 74  Según la Real Orden de 8-XI-1804 la caja de un cirujano llevaría «instrumentos para la opera-ción de trépano, los de amputación con sus correspondientes torniquetes y tortor, tres algalías graduadas de plata, una sonda de pecho, un sacabalas, tres cauterios, los trócares de punción de vientre, vejiga urinaria e hidroceles, algunas agujas curvas para la sutura de vasos y una bolsa de instrumentos portátiles». Revista de Historia Militar, 116 (2014), pp. 11-72. ISSN: 0482-5748


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