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REVISTA ESPAÑOLA DE DEFENSA 344

potencia mundial del comercio. Aspiración en la que iba incluido monopolizar mercancías valiosas, en este caso: el azúcar, recordó la comisaria durante la presentación de la muestra. Por eso, puertos clave para la producción azucarera, como Pernambuco o el área de la Bahía de Todos los Santos, kilómetros al sur de la ciudad pernambucana, sufrieron incluso la ocupación holandesa. ACCIÓN DE SOCORRO En tales circunstancias, los territorios afectados optaron por pedir socorro a su rey, por entonces, Felipe IV, que atendió su demanda y ordenó el envío de una fuerza para frenar las acciones de las Provincias Unidas de Holanda. La preparación de la expedición llevó su tiempo y, finalmente, el almirante Oquendo —elegido por el monarca para liderar la empresa— partió desde Las capitanas fueron las grandes protagonistas de una lucha sin cuartel, que costó 600 vidas el puerto de Lisboa con 21 naves el 5 de mayo de 1631. Más de dos meses después, la armada española atracaba en la Bahía de Todos los Santos. Al llegar, la fuerza del donostiarra no encontró presencia holandesa alguna. Se afanó entonces en prestar el auxilio solicitado y restablecer el control para la Corona hispánica en el entorno del puerto brasileño. Finalizada su misión, se hizo a la mar el 3 de septiembre acompañado de varias naves azucareras. Nueve días después, los españoles avistaban la flota holandesa del almirante Adrian Hans-Pater, superior en número de buques, a pesar de lo cual Oquendo consideró que eran «poca ropa», comentó Zamora, a modo de anécdota y utilizando las palabras usadas entonces por el ilustre donostiarra. El paso siguiente fue un combate en el que las naves capitanas, las lideradas por sus máximos jefes, Oquendo y Hans-Pater, fueron las protagonistas principales. La lucha fue dura. Se libró «cuerpo a cuerpo». A tal punto que un proyectil incendiario lanzado a la nave holandesa y que prendió con rapidez a punto estuvo de malograr el buque de Oquendo, librado de las llamas in extremis por la pericia de uno de sus capitanes, Juan del Prado. Soberanos hispano-lusos LA victoria de Pernambuco en 1631 por parte de la Monarquía Hispánica tiene su razón de ser en el momento en que se produce, ya que se trata de un período en el que la Corona de Portugal y sus territorios ultramarinos forman parte de los dominios del soberano español, en este caso, Felipe IV, el último de los monarcas hispanos en ser también rey de los lusos. Esta unión de reinos ibéricos había sido largamente perseguida, en especial, por Lisboa y la Corona de Castilla. El primero en poder ceñir ambas tiaras fue el castellano Juan I, gracias a su matrimonio con Beatriz de Portugal —heredera del trono luso—, tras la muerte de su suegro Fernando I en 1383. La reunión fue efímera. En la centuria siguiente, Enrique IV de Castilla, hermano de la futura reina Católica, desposó en segundas nupcias a Juana de Portugal. La muerte de éste, podría haber abierto otra puerta a la unión su única hija, Juana, efímera soberana de Castilla y León, y monarca consorte de Portugal, pero no fue así. Los rumores de una concepción ilícita envolvieron a la heredera, que recibió el apodo de la Beltraneja, en alusión al nombre del teórico progenitor, y pusieron en tela de juicio su legitimidad y, por tanto, sus derechos sucesorios. EL PAPEL DE LOS REYES CATÓLICOS Se abrió entonces una guerra que, finalmente, hizo reina de Castilla a Isabel, hermana del monarca. Ésta, desposada con Fernando de Aragón, reunieron en su matrimonio todas las coronas peninsulares, salvo la portuguesa. Pero no olvidaron el propósito y, a través de la política de matrimonios de sus hijos, dejaron las bases para el futuro. Las muertes prematuras desbarataron una unión más temprana. Así sucedió con el príncipe Miguel, nieto de los Reyes Católicos, heredero de Portugal, Castilla y Aragón, muerto en edad infantil. Museo Naval Escudo de armas de la monarquía española (siglo XVI), con la Corona de Portugal, entre las de Castilla y Aragón. La buscada reunión llegó con Felipe II, hijo de Isabel de Portugal y nieto de Juan III y Manuel I, tras el deceso sin descendencia del rey luso Sebastián. Era el año 1580 y el monarca hispánico fue reconocido soberano de Portugal en las Cortes de Tomar en 1581. Los dominios portugueses en Europa, América, África y Asia se integraron en los ya extensos territorios hispánicos, también presentes en los cuatro continentes entonces conocidos e, incluso, en la futura Oceanía, visitada y explorada ya en más de una ocasión. El rey Prudente mantuvo su legado, conservado por los Austrias españoles hasta 1640, en época de Felipe IV, aunque el reconocimiento formal de la separación no llegó hasta 1668, con Carlos II. 58 Revista Española de Defensa Noviembre 2017


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