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103 jor nuestra investigación y ver algunas coincidencias con lo expuesto por Garriga. Hasta ahora, la posible repatriación de la LC pivota sobre dos bases coincidentes en el tiempo: la primera es el óptimo resultado del esfuerzo bélico del bando nacional, mientras que la segunda radica en los deseos de Hitler de contar con sus efectivos para iniciar su expansión en Europa. A ello se le puede sumar un tercer puntal cro-nológico protagonizado por el Comité de No Intervención (o Comité de Londres, CNI) que, ya desde febrero de 1938, con el fin de liberar presión al contexto político europeo, inten-taba poner medidas para que ambos bandos retiraran a sus voluntarios del conflicto español, a la par que se sucedían contactos diplomáticos entre Berlín, Londres, París y Roma, tal y como se desprende del análisis de la documentación diplomática alemana13. De hecho, uno de sus primeros pa-sos fue valorar los medios de verificación y costes de las retiradas de alemanes, italianos y miembros de las Brigadas Internacionales. El 28 de febrero de 1938, el secretario de Estado alemán Mackensen comunicaba a la embajada de España que Lon-dres y Roma habían comenzado a negociar la retirada de tropas del CTV (que culminará en el famoso acuerdo de Se-mana Santa de 16 de abril de 1938 con el que daría comien-zo la repatriación de soldados italianos que llevaran más de 18 meses en España) y, en gran medida, la situación alema-na dependía de los resultados bélicos. Mackensen comenta que se le sugirió al embajador español que Franco evaluara si se veía capaz de ganar la guerra sin el apoyo germano-ita-liano (sobre todo aéreo). El funcionario alemán recalca en su comunicado que, hasta ese momento, el cobro de la ayuda alemana y las futuras contraprestaciones comerciales entre Berlín y Burgos quedaban aseguradas mediante un acuerdo secreto firmado el 20 de marzo de 1937, pero que en función de las conversaciones entre Alemania, Gran Bretaña, Francia e Italia sobre España, habría que revisarlo cara a las futuras relaciones germano-españolas14. Por el momento, el Reich alemán se aseguraba que fluyeran las materias primas esen-ciales para afrontar su primer objetivo: la incorporación de Austria, para la cual, Alemania (que carecía de los cruciales efectivos de la LC) se encontraba con serias deficiencias15. El embajador alemán en Madrid, Eberhard von Stohrer comunicó en un telegrama del 4 de marzo de 1938 a su mi-nisterio de Asuntos Exteriores el optimismo de Franco tras la campaña del Norte y su confianza en la nueva ofensiva so-bre Madrid, aunque se enteró que el general español le dijo al embajador italiano que estaba preocupado por el efecto moral de la retirada de voluntarios. Al hilo de esta nueva maniobra militar de Franco, Berlín tuvo un respiro después de la exitosa anexión de Austria el 12 de marzo para la cual no había hecho falta mover al personal de la LC de España, dada la tibia respuesta de las democracias occidentales y la Sociedad de Naciones. Aún quedaba por determinar la posi-ble utilidad del material aéreo situado en la península ibérica para organizar a la Luftwaffe en la nueva provincia cara a la siguiente apuesta político-militar, los Sudetes, previsiblemen-te más compleja por cuanto implicaba el apoyo diplomático de Francia y la Unión Soviética (mientras que Gran Bretaña se mostraba «conciliadora») y podría implicar un choque béli-co para el cual sí sería, previsiblemente, necesaria la presen-cia de la LC. Por ello, no es extraño que el día 30 de marzo, Volkmann recibiera una nota del ministerio de la Guerra en el que se le pedía al jefe de la delegación militar alemana que sugiriera a Franco que cambiara el curso de su ofensiva: en vez de ata-car Valencia, que se dirigiera hacia Cataluña, último núcleo del esfuerzo industrial republicano16. Sabemos por Garriga que la propuesta fue desestimada por Burgos, causando un notorio enfado en el jefe de la LC (porque acortaría mucho la guerra y permitiría la salida de la LC) a la par que, –supone-mos- sorpresa en Berlín. Pero es probable que el estupor en la capital alemana fuera mayor cuando el almirante Canaris y Stohrer comunicaron a Exteriores el 5 de abril que Franco (versión ratificada después por el general Jordana, ministro de Exteriores) les había manifestado discretamente la retira-da eventual de la LC. Para ello, el general español se basaba en la evolución favorable de la campaña (recordemos que se acaba de iniciar la ofensiva sobre Valencia), en el buen curso de las negociaciones en el seno del Comité de No Intervención, en adelante CNI, y la progresiva eliminación de asperezas políticas con los franceses y británicos. Además, el embajador alemán añadió que el general Kindelán había dispuesto que 50 pilotos españoles se hicieran cargo de los aparatos alemanes bajo supervisión de personal alemán y que quería hacer lo mismo con los efectivos aéreos italianos. En un segundo encuentro, Franco habló más extensamen-te sobre cuestiones de colaboración militar «en tiempos de paz» (lo cual dice mucho de la autoconfianza de Franco en finalizar la guerra pronto) y, por primera vez fuera del ámbito aéreo, hace una precisión sobre la participación de marinos alemanes como instructores en la Armada española «operan-do discretamente». Al final del documento, Canaris y Shtorer se muestran concluyentes: «L´impression générale a eté que Franco s´efforce visiblement de s´emanciper17». (La impresión general es que Franco, abiertamente, se quiere librar de no-sotros) Ante esta eventualidad, los documentos diplomáticos muestran que Berlín reaccionó rápidamente y esbozó el bo-rrador de un acuerdo político-militar para atraer a Franco al eje Berlín-Roma y garantizar que el territorio español no fuera utilizado por Francia ni Gran Bretaña como territorio de ope-raciones o tránsito. El acuerdo fue corregido por Hitler, quien prefería un tratado comercial (de nuevo, con los ojos puestos en las necesidades industriales del lebensraum) y no veía mal la retirada de las tropas (primera alusión a los efectivos terrestres). El Führer hizo especial hincapié en la aviación de combate, que serviría al Reich para reconstituir la aviación en Austria (recordemos, recién anexionada al Reich y cercana a la «enemiga» Checoslovaquia), así como en dar a conocer a Italia las intenciones de Franco18. En suma, a primeros de abril de 1938, Berlín se aseguraba la neutralidad de Franco en un conflicto europeo, reforzaba la bilateralidad comercial que le suponía el pago de la ayuda militar mediante los en-víos de las materias primas esenciales, «salvaba la cara» an-te el CNI con la retirada de los voluntarios germano-italianos y, desestimando las sugerencias de Volkmann, daba crédito al optimismo de Franco en finalizar la Guerra Civil después de la batalla de Levante. A partir del 8 de abril, Stohrer comienza a remitir a Berlín los pasos que Franco quiere dar sobre la retirada de la LC; a través de Canaris le comunica que el material alemán, sobre todo los aviones, se quedaría en España, y no tiene inconve-niente en la supervisión alemana (todo ello dependiendo de la evolución de la campaña militar). Aunque la prensa espa-ñola había tendido una cortina de humo indicando que se elevaría la presencia del CTV, Franco estaba negociando la retirada italiana a sabiendas de las discusiones previas entre Londres y Roma (aunque Franco aún no había informado de ello a los italianos19). Canaris consideraba poco satisfactoria la futura colaboración hispano-germana, aunque se había discutido la formación de oficiales españoles en Alemania. A partir de ese momento, Franco optó por un doble juego: mantuvo en vilo a los alemanes sobre cuándo se decidiría a negociar la salida de la LC y ocultaba parcialmente a Roma sus intenciones sobre negociar la retirada de la CTV. Es pro-bable que conociera que Berlín y Roma (esta última proba-blemente muy molesta por la falta de claridad del dirigente español) se mantuvieran mutuamente informadas de sus in-tenciones y que Alemania e Italia supieran del progresivo rearme republicano con material de la URSS y otros países europeos, pero también jugó a la confusión: dejó pasar un lapso de casi veinte días tras los que Stohrer tuvo que, ante la imposibilidad de entrevistarse con Franco, interpelar a Jor-


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